Aprendiendo Mariología con Keith Thompson

Examinaremos algunas acusaciones que Keith Thompson hizo en su blog respecto a las concepciones marianas que los católicos romanos tenemos. La entrada del blog se titula «el catolicismo romano convierte a María en un dios». Para quienes me conocen saben que me desquician mucho este tipo de acusaciones. La manera tan infantil de atacar a la Iglesia de Roma, por parte de sectores protestantes, me suele parecer sumamente ridícula, y este artículo de Thompson no es una excepción.

A lo largo del tiempo, la Iglesia Católica le ha otorgado a María diversos títulos. Por ejemplo, San Efrén en el año 333 la llamó: «Señora Nuestra Santísima, gloria de la naturaleza humana, Mediadora, Abogada, Puente Misterioso». Por otro lado, Tertuliano le llamó «la Segunda Eva»; en el Concilio de Éfeso (431 d.C) se le otorga definidamente el título de Thetokos (Madre de Dios); asimismo, en el Segundo Concilio de Constantinopla (553 d.C) se le define como la Aeiparthénon (la siempre-virgen). San Jerónimo y Pedro Crisólogo la reconocen como la «Señora y Reina», y el mismo Concilio donde se le define como la Theotokos es la base de la iglesia para reconocerla también como «Reina del Cielo».

Thompson está descontento con esto, y comenta que «cuando uno examina los honores, cargos y títulos que Roma le ha otorgado erróneamente a María en la historia reciente, rápidamente se hace evidente que han intentado usurpar al Dios Triuno y asignarle cosas que solo le pertenecen. Al hacer esto, Roma le ha dado a María la gloria que solo Dios merece

En la Biblia habitualmente se nos da a la Iglesia títulos que igualmente Dios tiene. Por ejemplo, en 1 Corintios 3,11 vemos que se nos dice que el único fundamento es Cristo. Sin embargo, en Efesios 2,20 se nos dice que estamos sobre el fundamento de los apóstoles. Si seguimos el razonamiento de Thompson, concluiríamos que Pablo estaba endiosando a los apóstoles dándoles un título que él mismo utilizó en referencia a Cristo. Seguramente Thompson alegaría que evidentemente los apóstoles no son «fundamento» en el mismo sentido que lo es Cristo, ¡y por ahí va la respuesta a sus alegatos! Veamos algunos de los ejemplos que nos da:

(1) «Santo y doctor de la Iglesia Católica Alfonso Liguori escribió, «la Iglesia santa nos hace llamar a María nuestra vida» (Alfonso Liguori, Las Glorias de María, [Tucker, Printer, Perry’s Place, 1852], p. 52). 1 Juan 5: 11-12, sin embargo, dice: “11 Y este es el testimonio, que Dios nos dio vida eterna, y esta vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene vida.” (1 Juan 5: 11-12).»

Me gustaría conocer a Thompson y estar presente cuando esté con su esposa y le diga: «Amor, ¡te amo! ¡Eres mi vida!». No lo pensaría dos veces y rezaría 1 Juan 5,11-12 de la misma manera que él lo hizo para protestar contra las zalemas de San Alfonso.

Dejando las bromas de lado todavía nos queda la interrogante, ¿en qué sentido se le llama a María «nuestra vida»? El mismo San Alfonso Ligorio responde: «para comprender mejor por qué la santa Iglesia llama a María nuestra vida, basta saber que, como el alma da la vida al cuerpo, así también la divina gracia da la vida al alma; porque un alma sin la gracia tiene nombre de viva, pero en verdad está muerta, como se dice en el Apocalipsis: “Tienes nombre vivo, pero en realidad estás muerto” (Ap 3, 1). Por lo tanto, la Virgen nuestra Señora, obteniendo por su mediación a los pecadores la gracia perdida, los devuelve a la vida.»[1]

San Alfonso dice que María por su mediación (entiéndase intercesión), nos devuelve a la vida. Esto porque Dios la dotó de gracia, y la gracia, dice San Alfonso, da la vida al alma. Por lo tanto, no se está diciendo que María sea nuestra vida en el mismo sentido que lo es Jesús, según lo menciona 1 Juan 5,11-12. El Apóstol lo que quiere transmitir es que en el Hijo de Dios está la vida eterna, la que Él nos ha dado. Por su mediación y sacrificio expiatorio nos ha abierto la entrada al cielo, y por ello es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6). Pero para llegar a esa vida eterna Dios nos ha dado diversos modos, todos suministrados por la misericordia del Padre. María es uno de esos regalos; su intercesión es eficaz y poderosa. Por ello, San Buenaventura dice «honrad a la Virgen María y encontraréis la vida y la eterna salvación», no porque en ella esté la vida eterna, sino porque en su bendita mediación nos guía hasta ella. San Luis María de Monfort comenta: «Quien halla a María, halla la vida (ver Prov 8,35), es decir, a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).»[2]

(2) «El Catecismo de la Iglesia Católica de 1994 afirma que María es «Reina sobre todas las cosas» (Catecismo de la Iglesia Católica, [DoubleDay, 1994], par. 966, p. 274). Sin embargo, el énfasis de la Escritura es que, como dice Apocalipsis 17:14, Jesús es «Señor de señores y Rey de reyes» (Apocalipsis 17:14). Aquí vemos a María siendo paralela a Jesús.»

A María se le llama «Reina sobre todas las cosas» y al Señor se le llama el «Rey de reyes». Como el propio título de Cristo lo indica, Él es Rey sobre cualquier rey, eso incluye a la Santísima Virgen. En efecto, María es reina sobre todas las cosas por el propio reinado de Jesucristo. Recordemos que en las disposiciones habituales de la línea del trono de David (que le perteneció a Cristo) era costumbre otorgarle a la madre el cargo y título de reina (1 Re 2,19-20) por ello es que, en la línea de los reyes, del trono de David, éstos eran mencionados junto a sus madres, porque ellas poseían un cargo real junto con sus hijos (1 Re 14,21; 15,1-2; 2 Cr 22,2; 24,1; 27,1; etc.). En 2 Samuel 7,16 se le promete a David que su reino permanecería para siempre, y estamos de acuerdo que al día de hoy quien ocupa dicho trono es Jesucristo. Por lo tanto, es razonable pensar que las disposiciones habituales del reinado davídico siguen vigentes, lo que le daría a María un cargo de reina. Pero ahora no de un pueblo (el de Jacob), sino de todas las cosas, por cuanto Cristo es rey del Universo.

Ningún católico pretende poner a María a la altura de Cristo y su reinado. San Luis María de Monfort, siendo un gran devoto de la Virgen María, dijo: «Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo Él es El que es (Ex 3,14).»[3] La Iglesia está en comunión con San Luis, por lo que partiendo de esto podemos descartar todas las pretensiones de Thompson, pero seguiremos analizando sus alegatos para beneficio de los lectores y aprender más sobre nuestra devoción a la Santísima Virgen María.

(3) «Alfonso de Ligorio escribió: «María es la pacificadora entre los pecadores y Dios» (Alfonso de Ligorio, The Glories of Mary, [Tucker, Printer, Perry’s Place, 1852], p. 163). Sin embargo, Efesios 2:14, 16 dice: “14 Porque él [Jesús] mismo es nuestra paz, que nos ha hecho a los dos y ha derribado en su carne el muro divisorio de la hostilidad […] 16 y podría reconciliarnos con Dios en un solo cuerpo a través de la cruz, matando así la hostilidad” (Efesios 2:14, 16).»  

Como escribió Santo Tomás «la paz procede de la caridad» [Lea la nota 4], y Cristo no es la única persona que posee caridad. Si bien su caridad es infinitamente más grande que la nuestra, Él decidió dotarnos de esta virtud para impartirla a nuestros hermanos. Por ello dice Jesucristo: «bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Siendo María hija de Dios, no es de extrañar que se le llame Pacificadora. Aunque, sinceramente, en un sentido más pleno del que nosotros podríamos alcanzar, por cuanto fue dotada de gracia (Lc 1,28).

(4) «El Catecismo de la Iglesia Católica de 1994 afirma: «La devoción de la Iglesia a la Santísima Virgen es intrínseca a la adoración cristiana». La Iglesia honra correctamente a ‘la Santísima Virgen con especial devoción’” (Catecismo de la Iglesia Católica, [DoubleDay, 1994], par. 971 p. 275). Decir que adorar a Dios es esencial venerar excesivamente a María (que en realidad es adorar) como lo hace la Roma moderna, es una blasfemia ya que los creyentes y los padres apostólicos del Nuevo Testamento no hicieron esto como mostramos. Decir que no adoraron a Dios adecuadamente es un ataque contra los apóstoles y los que están después de ellos. Más importante aún, es un ataque a Dios ya que Él puede ser adorado sin la excesiva veneración de María por Roma.»

Esto demuestra una clara ignorancia respecto a la postura católica. Primero que el Magisterio de la Iglesia nunca ha dicho algo como que «es necesario tener una profunda devoción a María para adorar a Dios». Ciertamente alguien puede rendirle latría a Dios sin necesidad de suplicar el auxilio de María; pero si el Señor nos dio un regalo como María para adorarle a Él de una manera más perfecta, sería una tontería desperdiciarlo.

Posteriormente Thompson hace un argumento desde el silencio, y comenta que como no hay evidencia escritural de los autógrafos de la Biblia sobre una devoción a María, debemos concluir que ésta no existía en sus prácticas cristianas. Es cierto que en el N.T. no encontramos una devoción a María con el desarrollo que hoy se tiene, pero este no es un problema. Las doctrinas de la Iglesia y su manera de rendir culto tuvieron un gran desarrollo a través de los tiempos. Por eso es que Thompson astutamente dice que la devoción a María no se encuentra en los creyentes y padres apostólicos del Nuevo Testamento. Esto lo dice porque él sabe muy bien que una vez murieron los apóstoles, la hiperdulía fue desarrollándose hasta alcanzar una manera más plena, pero siendo esencialmente la misma que practicaron los apóstoles. Así como la doctrina de la Trinidad tiene un mejor desarrollo hoy en día del que se tiene en el Nuevo Testamento (pero siendo esencialmente la misma doctrina), así la hiperdulía (culto a la Virgen María) tiene hoy en día un mejor desarrollo del que tuvo en la edad de los apóstoles. [En otra entrada abordaremos la devoción mariana en la edad apostólica y post-apostólica]

(5) «El Catecismo de la Iglesia Católica de 1994 afirma que María es la «Ayudante» de los creyentes (Catecismo de la Iglesia Católica, [DoubleDay, 1994], par. 969, p. 275). Sin embargo, Juan 14:26 dice: «Pero el Ayudante, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, te enseñará todas las cosas y te recordará todo lo que te he dicho» (Juan 14:26)»

Thompson vuelve a cometer el mismo error que en el punto (1). Así como María no es nuestra vida en el mismo sentido que lo es Cristo; tampoco es nuestra Ayudante en el sentido que lo es el Espíritu Santo. Pues bien, resulta que el mismo apóstol Pablo dice de los apóstoles que son «cooperadores del Señor» (2 Cor 6,1). Yo le pregunto a Thompson, ¿qué es un cooperador sino un ayudante? Podemos, pues, traducir las palabras de Pablo a «así nosotros como ayudantes del Señor». “¡Eres un usurpador!” Diría Thompson; “¡Amén!” Diríamos los cristianos.

Entonces, se dice que María es nuestra Ayudante porque «esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna.»[5]

(6) «Ligorio escribió: «Toda la Trinidad, oh María, te dio un nombre después del de tu Hijo por encima de cualquier otro nombre, para que en tu nombre se doble toda rodilla, de cosas en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra» (Alfonso Ligori, Las Glorias de María, [Tucker, Impresora, Perry’s Place, 1852], p. 219). Sin embargo, Filipenses 2:10 dice: «para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra» (Filipenses 2:10). Dios nunca afirmó esto de María.»

Me parece sorprendente que, aunque el mismo San Alfonso ponga el nombre de María por debajo del de Cristo, Thompson apela irracionalmente a Filipenses 2,10 para tratar de socavar lo dicho por el Santo Doctor.

Keith Thompson continúa con sus quejas a la actual devoción a María. Son bastantes para abordarlas todas. Pero cada una de ellas se funda en la descontextualización de la posición que los católicos concebimos respecto de María en la obra salvífica de Jesucristo. Si Thompson comprendiera que para los católicos María es infinitamente inferior al Dios trino, sabría que no se le da ningún cargo o título en el mismo aspecto que se lo damos al Señor. En todo caso, las quejas de Thompson deberían ser contra los títulos per se, y no contra un supuesto paralelismo a nivel ontológico que se hace entre María y Jesucristo.

Algunas de sus otras quejas son ataques a aspectos doctrinales. Por ejemplo, no abordé el por qué el Concilio Vaticano II dice que «la multitud se reunirá alrededor de Jesús y María en el paraíso»[6] o por qué se dice de María que es la dispensatrix o dispensadora de las gracias de Cristo. Estos temas, me parece, son largos de abordar; por lo que decidí dejarlos para otros artículos más interesantes, formales y completos; si el Señor me presta vida.

Espero que lo redactado aquí haya servido para aprender más sobre la devoción a María y el por qué se le dan tantos cargos honoríficos. Se habrán dado cuenta que se citó a San Luis María de Monfort y a San Alfonso de Ligorio. Ambos escribieron dos obras magníficas que pueden ayudarlos a aumentar su devoción a María y a ejercerla correctamente. Asimismo, recomiendo leer la encíclica Marialis Cultus, por Pablo VI, la cual es muy importante para evitar caer en los excesos devocionales que, lamentablemente, muchos hermanos católicos han caído. (En las Notas dejaré los enlaces para que lean estas tres obras) Pax et bonum.

Notas

[1] San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María, p. 26

[2] San Luis María de Monfort, Tratado sobre la verdadera devoción, 50)

[3] Ibíd. 14

[4] Santo Tomás también escribe: «La paz es indirectamente obra de la justicia, es decir, en cuanto elimina obstáculos. Pero es directamente obra de la caridad, porque la caridad, por su propia razón específica, causa la paz. Como afirma Dionisio en el capítulo 4 De div. nom., el amor es una fuerza unificante; la paz es la unión realizada en las inclinaciones apetitivas.» (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Parte III Q 29 Artículo 3) Siendo María una mujer pura, llena de gracia y amor, se sigue que posee lo que Dionisio llama «fuerza unificante».

[5] CIC 969

[6] CIC 1053

Obras recomendadas

Marialis Cultus (Pablo VI) – http://www.vatican.va/content/paul-vi/es/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19740202_marialis-cultus.html

Las Glorias de María (San Alfonso María de Ligorio) –  https://www.corazones.org/espiritualidad/espiritualidad/lasgloriasdeMaria.pdf

Tratado de la erdadera devoción a la Santísima Virgen (San Luis María de Monfort) – http://www.montfort.org/content/uploads/pdf/PDF_ES_26_1.pdf

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