Ya abordé una respuesta a Turrentinfan sobre otro tema aquí. Hoy, he decido abordar las objeciones que nuestro amigo tiene contra la Intercesión, invocación y oración por los santos. Citaré los fragmentos de su artículo entre comillas («») y en cursiva. Mis respuestas tendrán el formato normal.
Sección 1. Oración por los muertos.
Turrentin dice lo siguiente: «La Biblia, sin embargo, enseña que las almas de los creyentes, al morir, son perfeccionadas en santidad e inmediatamente pasan a la gloria.» Aunque no da algún texto al respecto (sólo nos redirige a una de sus conversaciones con un apologista católico), se me vienen a la mente dos posibles pasajes con lo que él respaldaría esta aseveración: Filipenses 1:23 y Lucas 23:43.
Sin embargo, estos textos no parecen ser conflictivos para el dogma del purgatorio. Comencemos por Lucas 23:43. La cláusula clave aquí es la frase de Cristo en respuesta al ladrón: «de cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso».
Norman Geisler, en su libro Roman Catholics and Evangelicals: Agreements and Differences, dice sobre este texto: «La inmediatez de la bienaventuranza suprema para un cristiano está confirmada por muchos otros textos, incluido el ladrón en la cruz que estaría ese mismo día en el paraíso.» (P. 339)
Creo que Geisler, y muy probablemente Turrentinfan, se equivoca en esta afirmación por varias razones: i) porque «paraíso» no alude al Cielo en un contexto bíblico; ii) porque en el momento que Cristo murió no ascendió a los cielos, sino hasta después de 40 días de su resurrección según lo dicho en Hechos 1:3; y iii) porque el mismo Cristo le dice a María que aún no había ascendido al Padre (Juan 20:17).
Según lo dicho por los apóstoles, el Señor, durante el transcurso de los días antes de su resurrección, se encontraba predicándole a las almas encarceladas (1 Pedro 3:18-20; Efesios 4:8-10). Por lo que es falso decir que el ladrón de la cruz estaba con Cristo «en el cielo» (como interpreta Geisler «paraíso») en el momento que murieron.
El otro texto mencionado es Filipenses 1:23. En este pasaje, el Apóstol Pablo, parece sugerir una inmediatez para estar en la presencia de Cristo (quien ya estaba en el cielo) después de su muerte. El texto reza así: «Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor.» Pero, de nuevo, este texto no parece sugerir una estadía inmediata post-mortem al cielo. Aquí San Pablo simplemente expresa su deseo por estar con Cristo. Cualquiera desearía estar con Cristo antes que estar en el purgatorio. Yo, siendo católico, he confesado que me gustaría estar muerto y vivir con Cristo en el cielo, pero es simplemente mi deseo. Con esto no estoy negando que haya un lugar donde las almas imperfeccionadas vayan a ser purgadas. El hecho de que Pablo no haya mencionado el estado del purgatorio, no significa que no creyera que de verdad existía, pues bajo esa lógica diríamos que Pablo tampoco creía en el infierno, ¡porque no lo menciona!
Se me viene otro texto a la mente que se podría utilizar para «probar» el estado inmediato de la bienaventuranza perfecta para todos los creyentes. El pasaje completo se encuentra en Lucas 16:19-31 (la narración sobre el rico y Lazaro), pero lo dejaré para otra entrada ya que entraré en detalles bíblicos-semánticos que serían extensos de expresar aquí.
Sección 2. Oraciones a los muertos.
Turrentin dice: «Primero, no hay ninguna razón para pensar que tales oraciones serán escuchadas y comprendidas por los muertos.» Sin embargo, creo que hay muy buenas razones para pensar que los santos fallecidos pueden, de hecho, escuchar nuestras oraciones. Un texto neotestamentario sería Apocalipsis 5:8 en el que se dice: «Y cuando tomó el rollo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos [cristianos en el cielo] se postraron ante el Cordero, cada uno sosteniendo un arpa, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos [cristianos en la tierra].» [Énfasis agregado]
Algunos comentaristas bíblicos han dicho que los 24 ancianos representan a la Iglesia ya glorificada en la presencia de Dios. El incienso representa las oraciones de los santos. En el Salmo 114:2 dice: «Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde.» ¿A qué se refiere San Juan cuando habla de los santos (ἁγίων)? Algunos hermeneutas dispensacionalistas dicen que estos santos sólo pueden ser los salvos durante el período de la tribulación. Ellos entienden que la oración de los tales sería la imprecatoria de sus almas situadas debajo del altar (Ap. 6:10). Sin embargo, esta interpretación podría resultar defectuosa. El entorno textual en el que se encuentra se sitúa en el espacio introductorio a la apertura de los sellos del libro, es decir, de los juicios de Dios sobre el mundo. Si los santos son los mártires que perecerán a causa de la persecución, ¿por qué se introduce el incienso (la oración de los santos) tan precipitadamente en medio de la adoración celestial, cuando esto tendrá lugar tiempo después? Por lo tanto, creo que una mejor comprensión del término es que se refiere a todo el pueblo de Dios designado en la tierra (y no solamente a los mártires) que han orado día y noche a Dios.
Lo interesante de este pasaje es que quienes presentan las oraciones son los 24 ancianos frente al trono de Dios y del Cordero. ¿Por qué sucede esto? Primero consideremos lo que significa que las oraciones de los santos para Dios. Se dice que estas oraciones son trasladadas a la presencia de Dios en recipientes de oro. Esto sugiere que las oraciones de los santos son como perlas preciosas para el Señor y que están en olor grato ante su presencia. Pero parecería innecesario que Juan pusiera a intermediarios trasladando estas oraciones, ¿por qué? Parece que estos 24 ancianos, que es la Iglesia [en parte] ya glorificada, están conscientes de la situación de los santos de la tierra; median entre Dios y el hombre en un aspecto intercesor (no debe confundirse con la única mediación de Cristo según 1 Timoteo 2:5), por lo que la suposición de que «los santos del Cielo no escuchan y ni comprenden las oraciones de los santos de la tierra» parece ser ciertamente falsa.
Turrentin continúa diciendo: «Las Escrituras no solo no fomentan el intento de comunicación con los muertos, sino que también condena intentos como la brujería y la nigromancia.»
La nigromancia es una práctica que es explícitamente prohibida por las Escrituras. Deuteronomio 18:10-11 dice: «No se hallará entre ustedes nadie que queme a su hijo o su hija como ofrenda, nadie que practique adivinación, adivino, augur, hechicero, encantador, médium, mago, un nigromante.» Para quienes no lo saben, la nigromancia es la disciplina o rama de la adivinación que se dedica al vaticinio del futuro mediante la invocación de espíritus. Esta definición es corroborada por el mismo texto puesto que se prohíben los adivinos, hechiceros, magos, etc. Además, el texto parece ser una advertencia para el pueblo de Israel, haciéndoles saber que el acudir a este tipo de hombres vanidosos era innecesario puesto que venía un profeta que se levantaría entre ellos (v. 15).
La invocación de los santos, como bien saben, no es una especie de ritual para pedirle a los fallecidos información «confidencial» para sobrepasar la inteligencia humana ordinaria, sino una simple y humilde petición de oración por nuestras necesidades, tal como lo hacemos con nuestros hermanos de la tierra.
Turrentin continúa: «el uso de tales oraciones sugiere una falta de fe en la eficacia de las oraciones directamente al Padre.» Esto no es cierto. Sería equivalente a decir: «si usted va y le pide a su pastor intercesión, es porque usted está falto de fe en la eficacia de sus oraciones». Aquí me vienen a la mente dos cosas: i) ¿A quién no le falta fe! Y ii) hay un error de categoría en su planteamiento.
Cuando un católico le pide intercesión a un santo no espera que éste le cumpla aquello que sólo Dios puede conceder, por lo que no es una falta de confianza en la eficacia de las oraciones directas a Dios. ¡Todo lo contrario! Acudimos a los santos precisamente porque creemos que la oración directa al Padre tiene mucho poder. Después de todo, un santo es mejor que dos santos; dos oradores son mejor que uno; dos oraciones son mejores que una (Santiago 5:16).
Posteriormente Turrentin se queja de los abusos en las prácticas de la invocación de los santos, puesto que el catolicismo popular ha torcido esta devoción haciendo de los santos unos dioses que pueden cumplir X o Y petición (sean milagros, sanidades, beneficios económicos, etc.), en lo cual estoy de acuerdo con él y comparto totalmente su descontento.
Sección 3. Oraciones a través de los muertos.
En esta última sección, Turrentin objeta que la intercesión a través de los muertos anula el único papel mediador de Cristo. Esto lo dice porque en la Iglesia Católica creemos que entre mejores méritos hayan hecho los santos a lo largo de su vida, más justos son. Así, por ejemplo, María sería la más justa de las creaturas por cuanto aceptó al Salvador en su vientre, y por ser la llena de gracia (Lc 1:28). Turrentin dice que «tal fórmula no se encuentra en la Biblia», pero demostraré que su afirmación es falsa.
Primero, es hasta intuitivamente correcto pedirle oración a aquel que parece estar más cerca de Dios. Los protestantes a menudo prefieren acudir al pastor antes que al vecino para que ore por ellos. En la ministración de sus cultos, la gente pasa al frente para recibir la intercesión del ministro y otros «ungidos» que el pastor suele elegir para que le ayuden en la imposición de manos.
Segundo, las Escrituras dan fe de esta creencia tanto protestante como católica (aunque los primeros suelen sostenerla inconscientemente). En Números 11:2 el pueblo de Israel le pide a Moisés que clame al Señor para que Éste les socorra, lo cual sucedió; entonces surge la duda: si todas las oraciones son exactamente iguales (viniendo de quien venga), ¿por qué la oración de Moisés fue más eficaz que cualquiera del Pueblo de Israel? El pueblo acudió a aquel que estaba más cerca de la presencia del Señor, y Moisés no les corrigió por su acción.
Ejemplo similar lo vemos en Números 21:7-8; Deuteronomio 10:10 (comparese con 9:18-20); 2 Crónicas 30:20; Job 42:8; Juan 15:7 (esta es una prueba indirecta).
Conclusión.
Al final Turrentin no presenta ninguna objeción poderosa contra las prácticas y creencias católicas. Todo lo que hizo fue conjeturar, malinterpretar y quejarse de lo que desconoce. Si usted es protestante y está leyendo esto, le sugiero considerar mejor estas enseñanzas de la Iglesia, aléjese de los prejuicios típicos que suele imponer el pueblo evangélico popular. Estas enseñanzas NO LE QUITAN LA GLORIA A DIOS; no hacemos caso omiso los méritos de nuestro Señor Jesucristo; no le damos la misma gloria a los santos que a Cristo. Sólo el Señor es el Salvador de los hombres en sentido estricto; sólo Él murió por nuestros pecados y sólo Él puede concedernos y cumplirnos todas nuestras necesidades.
Que así sea.
Con amor,
Mikael.