Estar triste, está bien; sentirse cansado, está bien; llorar, está bien. Lo que no está bien es infravalorar la misericordia de Dios.
El tema de este artículo está inspirado del capítulo XII de la cuarta parte de la excelente obra de San Francisco de Sales: Introducción a la vida devota, donde se habla especialmente de la pasión de la tristeza.
San Francisco comienza citando la segunda epístola a los corintios, donde dice: «… la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; más la tristeza del mundo produce la muerte» (2 Corintios 7:10). Como bien señala San Francisco, la tristeza puede ser buena o puede ser mala; pero es más probable que sea mala, «porque por dos buenos riachuelos que manan de la fuente de la tristeza, hay seis que son muy malos». La tristeza según Dios, como dice San Pablo y reafirma San Francisco, o produce penitencia o produce misericordia; pero la tristeza que es según el mundo produce malos frutos: angustia, pereza, indignación, celos, envidia e impaciencia. Si analizamos cada uno de estos putrefactos frutos, sabremos que hemos pasado, casi seguramente, por cada uno de ellos; y en la batalla nos habremos dado cuenta cuán dañinos se vuelven para nuestra vida espiritual. En su carta a los efesios, San Pablo menciona que las actitudes o pasiones desordenadas llegan a entristecer al Espíritu Santo (4:30), por lo que es de absoluta necesidad que busquemos andar con diligencia, siempre guardando nuestros corazones de aquello que se convertirá en ocasión de pecado.
Probablemente, al leer lo anterior, usted quiera decirme que esto ya lo ha escuchado un considerable número de veces. Aun así, es difícil poner en práctica lo que escuchamos; y es aún más difícil mantener la firmeza y el cuidado cuando nuestros corazones están tribulados por una tormentosa lluvia de angustia, dolor, tristeza y desesperación. Seguramente te has sentido solo, incomprendido y hasta huérfano. Las palabras de Jesús: «no os dejaré huérfanos», ya no endulzan tus oídos como la primera vez que las escuchaste. El corazón no recibe de la misma manera las frescas promesas de Jesucristo cuando sus oídos son tapados por las tribulaciones. Aun así, por obvia e insufrible que parezca mi sugerencia, sigue adelante y no te sientas necesariamente culpable. El hecho de tu sufrimiento no siempre tiene que ver con las consecuencias de algún pecado, como si del karma se tratase. San Francisco de Sales menciona que la tristeza puede estar motivada por el mismo demonio, pues «así como procura que los malos se alegren en sus pecados, así procura que los buenos se entristezcan en sus buenas obras». Satanás al estar siempre melancólico y triste, no soporta que los hijos de Dios estemos en paz y gozo, pues como él estará perturbado eternamente, quiere que todos padezcamos su mismo fin.
San Francisco menciona 8 síntomas de una tristeza mundana, con los cuáles seguramente te has sentido identificado al menos una vez en tu vida. En efecto, esta tristeza:
- Perturba el alma.
- La inquieta.
- Infunde temores excesivos.
- Hace perder el gusto por la oración.
- Adormece.
- Agota el cerebro.
- Priva al alma del consejo
- Abate las fuerzas.
Esta tristeza, en resumen, hace que el alma «se vuelva impotente en sus facultades». Es como un veneno que priva al alma de su fin último, que es buscar a Dios. Por eso cuando estamos tristes se nos dificulta grandemente orar; nos impide realizar nuestras labores como obreros de las mies del Señor; hace que cerremos nuestros oídos a la exhortación y al consuelo; y, al final, hace que busquemos un recurso consolador en el pecado en lugar de Dios. San Francisco compara esta situación con un frío invierno que priva a la tierra de su más elevada belleza.
Conocer la causa y los síntomas de nuestra tristeza, es necesario para matizarla de una mejor manera. Cuando conocemos a nuestro enemigo, nuestra victoria se vuelve más probable. Debemos conocer la destreza de éste para poder contraatacar de una forma contundente y eficaz; con astucia y prudencia.
Una vez dado este breve panorama sobre la tristeza, San Francisco propicia algunos remedios para lidiar con sus ataques. A diferencia de los remedios que da Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae, San Francisco concede unas vías principalmente para cristianos; cristianos que buscan vivir una vida devota. Así que, a continuación, no esperemos encontrar consejos para pelear contra la tristeza si usted no ha creído que Jesús es el Señor. De ser ese su caso, estimado lector, le invito a conocer primeramente a Cristo para que entonces Él pueda obrar en usted.
Remedio 1. Hacer oración.
«La oración es el más excelente remedio, porque eleva el espíritu a Dios, que es nuestro gozo y consuelo.«
San Francisco de Sales
En Santiago 5:13 se dice: «¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore». La solución al sufrimiento parece ser muy sencilla, ¿cierto? «Orad sin cesar» (1 Tes. 5:17), escribió San Pablo; y Jesús, a lo largo de su ministerio, enseñó a sus discípulos sobre lo importante que es dirigirse al Padre en oración. ¿Pero por qué tanta insistencia en la oración? Como dice San Francisco, «porque [la oración] eleva el espíritu a Dios». La oración está íntimamente ligada a la vida espiritual del cristiano. La comunión con el Espíritu Santo está sustentada por los rezos, súplicas y plegarias que ofrecemos diariamente al cielo. El catecismo de la Iglesia Católica dice que «orar es una necesidad vital» (CIC 2744), pues al no dejarnos llevar por las necesidades de nuestro Espíritu, que está dispuesto a buscar a Dios, caemos en la esclavitud del pecado, de la cual solamente Dios puede librarnos.
Esta parece una vía obvia, y todos la consideramos cuando estamos tristes. Sin embargo, la tristeza endurece el alma. San Francisco se anticipa a esto y comenta que cuando estamos tristes, solemos hacer cualquier cosa con «frialdad, pena y cansancio». Aun así, nos dice que es importante no dejar de practicar la oración incluso cuando parezca que la hacemos sin ningún sentido; aun cuando pareciera que el Señor no está atento a nuestras súplicas. La tristeza nubla el juicio, pero no la misericordia de Dios. La misericordia de Dios no puede ser derrotada; lo que es derrotado es nuestro cuerpo susceptible al desorden emocional y al pecado. El enemigo busca hacernos aflojar en las buenas obras, dice San Francisco, de modo que cuando no oremos en virtud de nuestra desdicha, le damos el gusto al diablo y nos hundimos más en nuestra miseria. Pero si nosotros permanecemos en nuestras oraciones con resistencia, aun cuando nuestra tristeza nos aflige, dice San Francisco, estas cobran más valor, y entonces el enemigo, al ver esto. deja de afligirnos.
Remedio 2. Canta himnos espirituales.
«Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl, David tomaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu malo se apartaba de él.»
1 Samuel 16:23
El mismo capítulo 5 de Santiago, dice que el que esté alegre: cante alabanzas. Sin embargo, esto no es exclusivo para los estados de alegría, así como el orar no es exclusivo para los estados de tristeza.
La alabanza en medio de la tribulación constituye, igualmente, un acto de agradecimiento. ¿Agradecer por qué? Porque Dios nos está permitiendo pasar por un sufrimiento; un sufrimiento que no es gratuito sino que engendrará un bien mayor. Como dijo un Santo: «Dios es tan bueno y sabio que permite el sufrimiento, para de él extraer un bien mayor». ¿Qué tipo de bien mayor puede producir el sufrimiento? Si bien esto variará acorde a las circunstancias de cada quien, hay un bien común que todos los cristianos compartimos cuando atravesamos las adversidades. Este bien común lo atestigua el propio San Pablo en su carta a los Romanos:
Pero aún: nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra paciencia; la paciencia, virtud probada, esperanza, y la esperanza no cae, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Romanos 3:3-5
Nuestro sufrimiento, además, nos acerca más a la agonía de Cristo. Como siervos suyos, hemos de sufrir. El Señor mismo dijo que tendríamos aflicciones en nuestra estancia en la tierra; pero estas aflicciones vendrían acompañadas de su paz, por cuanto él ha vencido al mundo (Juan 16:33).
Remedio 3. Ocuparse de obras exteriores.
«Mi Amado para mí y yo para Él. Como manojito de mirra es mi Amado para mí. Él reposará sobre mi pecho. Mis ojos se derriten por ti.«
San Francisco de Sales
Las obras exteriores que menciona aquí San Francisco, tienen que ver con obras de devoción. Una de estas obras de devoción —que también sugiere para otros casos, como cuando somos tentados— es ir y tomar un crucifijo (o una imagen, según sea el caso). Besarle y suplicarle directamente al Señor el pronto socorro.
Es verdad que la mayoría de ocasiones en que estamos tristes se nos es difícil hacer este tipo de cosas. Una oración dirigida a Dios es casi imposible de hacer; y aun cuando nuestro espíritu está dispuesto, la carne es débil. El corazón se acompleja; se endurece y se porta neciamente contra su creador. «¡Por qué a mí, Señor?», nos preguntamos durante la tribulación.
Seguramente el Señor podría darnos muchas razones si le placiera respondernos. Tenemos una multitud de pecados que merecen penas y tristezas; sin embargo, Dios es más grande que nuestra deuda, y él la saldó cuando se ofreció como sacrificio puro al Padre.
Entonces, ¿qué sucede si no queremos orar?, ¿qué sucede si tenemos una disposición psicológica en la que no queremos hacer nada más que hundirnos en nuestra tristeza? San Francisco de Sales dice que las obras exteriores deben hacerse aun si no tenemos el gusto de hacerlas. Como mencioné anteriormente: el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. El Señor no mira la voluntad de tu carne cuando te diriges a Él, sino la voluntad de tu espíritu. Si tu espíritu está dispuesto, aunque tu carne se porte neciamente, el Señor escuchará atento tus plegarias.
Ciertamente rezar a Dios cuando incluso la carne está dispuesta es un acto heróico; pero más heróico es rezar a Dios cuando la carne se rehúsa a cooperar con el espíritu.
Puedes empezar preparando tu corazón para dirigirte al Señor. Repite las palabras del salmista: «¿Por qué te turbas, oh alma mía, y te abates dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarle» (Sal. 42:5). Posteriormente, dirígete al Señor así sea con unas simples (pero poderosas) exclamaciones: «¡Oh Dios mío!, ¿cuándo me consolarás?, ¡viva Jesús y vivirá mi alma!, ¿quién me separará del amor de Dios?».
Remedio 4. Disciplina moderada.
«El alma al sentir los dolores de afuera, se distra de los de adentro.«
San Francisco de Sales
La mortificación, según la enciclopedia católica, es un método ascético cristiano que sirve para adiestrar el alma en virtud y vida santa. Aunque la mortificación se usa principalmente para curar los malos hábitos e implantar los buenos, San Francisco ve aquí lo que podemos llamar «un premio doble». Pues bien, resulta que al sentir los dolores del exterior en virtud de la mortificación que hagamos, nos hará ocuparnos por esto en lugar de la mortificación interior: nuestra tristeza. Al mismo tiempo, mientras nos distraemos de la tristeza que llevamos por dentro, estaremos disciplinado nuestra alma a fin de llevar una vida más santa y virtuosa. Como lo dije: ¡premio doble!
Ahora bien, debo aclarar algo: la mortificación no debe ser un acto de confianza personal. Cualquier disciplina ascética que nos impongamos debe estar precedida de la gracia de Dios o, al menos, debemos pedirle dicha gracia a Dios a fin de que nuestra práctica no sea como las condenadas por los apóstoles en las Escrituras. Recuerda: es por gracia a través de la fe.
A continuación les proporciono un link que los llevará a un buen video que explica a detalle el tema de las mortificaciones, así como algunos consejos de qué prácticas podrían llevar a cabo: https://www.youtube.com/watch?v=xrhUb5pSm8I
Remedio 5. Frecuenta la Sagrada Eucaristía.
«La frecuencia de la Sagrada Comunión es excelente, porque este pan celestial robustece el corazón y regocija el espíritu.«
San Francisco de Sales
Jesús es el Pan de vida. La eucaristía tiene una importancia vital en la vida del cristiano. Como dice San Francisco, este pan y este vino robustece el corazón. Puedes tomarte un momento para reflexionar sobre este sacramento: no es solo pan y vino, es Cristo realmente presente. Está para ti; esperando a que vayas y lo recibas. «He aquí estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Ap. 3:20). Abre la puerta de tu corazón al Señor y deja que entre a cenar contigo. Puedes tomar la decisión de ir toda la semana a Misa. La Misa diaria ha resultado ser un remedio poderoso contra el pecado y la tristeza. El Padre Pittam recordaba como una mujer que acababa de perder un ser querido, comenzó a ir a misa diariamente:
«Ella no era una feligresa durante la semana pero empezó a venir porque sabía que estábamos ahí y que en su momento de necesidad Jesús estaría presente a través del sacramento. Hay algo en la Misa diaria que dice que la Iglesia está disponible para la gente. Por ello tiene consecuencias misioneras.»
Si tienes la posibilidad de hacerlo, si no diariamente al menos más días de lo normal, hazlo. Verás cómo tu corazón será vivificado a través de la presencia real de Jesús en la eucaristía.
Remedio 6. Comunica tu tristeza a tu director espiritual.
«En todo tiempo ama el amigo; y es como un hermano en tiempo de angustia.«
Proverbios 17:17
Tal vez no tengas formalmente un director espiritual. Sin embargo, todos tenemos una persona a quien le confiamos nuestros mayores pesares. Puede ser algún familiar, algún amigo o tu pareja. Pero debes tomar en cuenta que tu persona de confianza debe ser una persona espiritual. El diálogo se volverá más armónico cuando tu confidente sea una persona que está en la misma sintonía espiritual que tú. Por lo tanto, sé selectivo con tus personas de confianza. Si no tienes a alguien así, es momento de pedirle a Dios que te la conceda. No te preocupes, ¡estaré pidiéndole a Dios que te la otorgue pronto!
Remedio 7. Resígnate… a las manos de Dios.
Al final lo más importante es no infravalorar la misericordia de Dios. ¿Cuántas veces no lo hemos hecho? Dejemos de subestimar el amor y la piedad del Señor. Él quiere librarnos; quiere sanarnos y darnos esa paz que sobrepasa todo entendimiento; la paz que no es conforme al mundo, sino según Dios.
El acto de confianza no depende principalmente de los actos exteriores, sino de un acto interno de amor. La fe, como acto de confianza, es importante para vencer la tristeza, y si no la tienes: ¡pídesela! El Señor te dará sin reproches todo aquello que favorezca tu comunión con él, a fin de que puedas seguir el orden establecido en ti: que es ir hacia tu creador.
Dispón en tu corazón padecer tu tristeza con amor y con paciencia. El sufrimiento producirá la perseverancia; la cual producirá la paciencia; y la paciencia producirá fe. Recibe la tristeza como un recordatorio de que necesitas de Dios; que eres un hombre sensible y débil; que tu fuerza debe ser la de Dios.
«Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción: ¡pero confiad!
Yo he vencido al mundo.»
(Juan 16:33)