James R. White es más conocido por ser un insistente crítico de la fe católica. El crecimiento del catolicismo en Estados Unidos parece ser preocupante para White, lo que le ha llevado a tener múltiples debates con el staff de Catholic Answers; a escribir algunos volúmenes contra la doctrina católica; y tener considerable actividad en su blog Alpha & Omega ministries.
En esta entrada vamos a analizar algunas de sus críticas a la veneración de los santos. Como sabrán, en el sistema de creencias católicas hacemos una distinción jerárquica entre los cultos que rendimos a los Santos, a Dios y a la Virgen María. Por supuesto, esta distinción no es aceptada por muchos, puesto que, en la praxis, nuestra forma de veneración y adoración parece ser idéntica tanto para los santos como para Dios. Demostraré que las objeciones de White no solo son fracasadas, sino también débiles, y no presentan un obstáculo para la creencia católica.
En su libro más conocido, Roman Catholic Controversy, James R. White aborda las siguientes objeciones. Entre las páginas 206 y 209, White dedica un espacio para definir los términos utilizados por los católicos para explicar los distintos tipos de culto: dulía, hiperdulía y latría. Para White, estas distinciones fracasan, porque al final, según él, las Escrituras prohíben cualquier tipo de diálogo entre un vivo y un muerto, así el muerto haya sido una persona santa. Según White, las Escrituras sólo admiten el diálogo entre un ser humano y Dios. Pero esto presupone que la práctica católica es semejante a lo que la Escritura condena respecto al diálogo entre vivos y muertos. La Biblia lo que condena es que los hombres recurran a los muertos con fines exotéricos; es decir, se condena la adivinación, algo que la misma Iglesia católica ha condenado enérgicamente (CIC 2116).
White también menciona que los conceptos de dulía y latría son de origen griego. Y aunque esto es etimológicamente cierto, no quiere decir que sus conceptos hayan sido tomados del mismo lenguaje. Como veremos más adelante, este es el error fundamental en el argumento de White, lo que hace que su objeción se derrumbe cual castillo de naipes. Él mismo menciona que una de las respuestas que los católicos dieron a las acusaciones reformadas de idolatría, fue recurrir a «las definiciones que se habían elaborado en el período escolástico siglos antes». El problema es que White, teniendo esto presente, lo pasa por alto cuando procede a su argumentación. Como verán, él no interactúa con las definiciones que da, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae; por el contrario, recurre a argumentos jamás presentados por algún católico en la historia del pensamiento cristiano (hasta donde sé).
Las objeciones de White se pueden dividir en dos partes: primero, objeta que los términos griegos «douleia» y «latreia» (que en latín se transliteran como «dulía» y «latría») se usan indistintamente en las Escrituras en referencia al contexto religioso de culto, sea bueno o sea malo, por lo que las distinciones jerárquicas que hacen los católicos está equivocada; y en la segunda parte expone que en el contexto bíblico todo tipo de servicio dado a alguien más que Dios, en el contexto religioso, nuevamente, constituye un acto de idolatría.
Para empezar con sus críticas, plantea dos preguntas que de por sí ya dicen que la primera objeción está desubicada. Él escribe:
¿Existe una base para esta diferenciación? [entre los términos dulía y latría] ¿Esta distinción entre estos dos términos griegos proporciona una defensa contra la citación del mandamiento de Éxodo 20:5, «No los adorarás ni los servirás, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso»? [Énfasis añadido]
En primera instancia, los católicos no hacen una distinción entre dos términos sino entre tres (dulía, hiperdulía y latría); y en segundo lugar las distinciones católicas se dan en un lenguaje técnico teológico latino, muy posterior a la época de los apóstoles (incluso mucho después de la época patrística); por lo que White tendría que interactuar con esto, no con una supuesta distinción jamás hecha entre dos conceptos griegos. Sin embargo, este error, como la objeción, no pertenece realmente a White. El reformador de Ginebra, Juan Calvino, escribe:
Pues “latría” en griego, es lo mismo que “honra” en latín; y “dulía” propiamente significa “servicio”. Sin embargo esta diferencia no se observa siempre en la Escritura, mas aunque así fuera queda por saber qué significan ambos vocablos.1
Nuevamente, vemos una apelación a un argumento que los católicos no han utilizado. La distinción no se hace a partir de las Escrituras, aunque los términos latinos proceden de la lengua bíblica. Los usos de las palabras pueden variar según el desarrollo del lenguaje. Por ejemplo, durante las controversias cristológicas del siglo IV, los escritores de la época utilizaban el término griego «hipóstasis» para hablar de «persona». Sin embargo, este término en las Escrituras no significaba «persona» sino «sustancia». Hebreos 1:3 declara: «El que [el Hijo], siendo el resplandor de su gloria y la impronta de su sustancia [jupóstasis]…». Si un lector del siglo IV hubiese leído este texto con el significado griego de hipóstasis en su época, hubiera interpretado el pasaje como que el Hijo es la imagen de la persona del Padre, lo que hubiera sido sumamente peligroso y una regresión a la herejía modalista del siglo III. La Iglesia del siglo IV había reemplazado el término griego hipóstasis por «ousía» para hablar de la sustancia; mientras que hipóstasis se usaba para hablar de una sustancia individual; es decir, de una persona.
Posteriormente, White explica que el término hebreo en Éxodo 20:5 (donde se habla de la prohibición de honrar a las imágenes) es «avad» que en la traducción griega de la septuaginta, aparece indistintamente como latreia y douleia; ambos en el sentido religioso (p. 211). Luego cita Gálatas 4:8 donde Pablo dice a los Gálatas: «Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servían [douleúo] a los que por naturaleza no son dioses». Aquí se dice que los gálatas «douleúo» a los ídolos. A partir de esto, ingenuamente debo decir, White pregunta:
«¿Debemos suponer, entonces, sobre la base de las definiciones romanas, que como sólo servían a estos ídolos, estaban entonces libres de la acusación de idolatría, ya que no daban también latría?» (p. 211)
Pero esto es una caricaturización ridícula de la posición católica. La Iglesia condena tanto la adoración como el simple servicio a los ídolos. Dar culto de latría no es la única forma en la que uno puede incurrir en idolatría. Pero, para White, este pecado se da indiscutiblemente en cualquier contexto religioso donde se le dé servicio a alguien distinto a Dios; sin embargo, esto es falso. En Josué 5:14 vemos que Josué se postra ante el comandante del ejército del Señor en señal de reverencia; interactúa con él y se pone a su servicio. También observamos en 1 Crónicas 29:20 que el pueblo de Israel alabó a Dios en adoración, mientras veneraban a David postrándose ante él. ¿No hay un contexto religioso aquí? ¡La veneración a David se da en simultaneidad con la adoración a Dios!
En conclusión, hemos visto que White ha levantado un monigote de paja sobre las distinciones conceptuales que los católicos hacen sobre los tipos de culto. Asumió, ingenuamente, que dichas distinciones conceptuales hacían permisible el servicio de dulía a los ídolos «desde una óptica católica». Por último, su estándar como condición suficiente para que se dé el pecado de idolatría se ha encontrado defectuoso según las mismas Escrituras.
Referencias.
1. Institución de la religión cristiana, 1:12:3.