Está por demás decir que María es el perfecto modelo de fidelidad y amor a Dios que tiene la Iglesia. Sobre todo, esta fidelidad la vemos reflejada en la consagración de su virginidad a Dios.
La piedad cristiana ha solido referirse a la Santísima Virgen María como la «Esposa del Espíritu Santo». Este singular sobrenombre no debe entenderse de manera literal; sino que es un símbolo para representar la singular devoción que la Virgen tenía a Dios y su estrecha relación con él. La simbología Esposo-esposa para referirse a Dios con seres contingentes es un concepto bíblico que después fue aplicado de manera extrapolada a otras devociones (ver Isaías 62:5; Jeremías 31:32).
La Santísima Virgen María es quien de entre todas las cosas creadas, se ha unido más perfectamente a Dios. La unión que María tiene con Dios a través del voto virginal es una especie de unión nupcial mística a la cual la Virgen permaneció enteramente fiel hasta el fin de su vida terrenal. ¿Pero de qué forma?
En la historia bíblica se enseña que cuando algo o alguien era consagrado a Dios, éste era apartado únicamente para Él y tenían relación con sus propósitos. Por ejemplo, el santuario (2 Cro. 30:8); el Arca de la Alianza (Nm. 4:17-20); el voto nazareo (Jue. 13:3-5); etc., etc. Pero estas consagraciones no eran meros predicados sin relación con la praxis: la consagración implicaba fidelidad y respeto hacia Dios, apartando enteramente para Él lo que se le había entregado. María es un claro ejemplo de esto.
Cuando leemos detenidamente el primer capítulo del Evangelio de Lucas, cuando el ángel Gabriel visita a María para darle el anuncio de la venida de Cristo, al escuchar la Virgen que concebirá a un Hijo, Ella responde: «¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?» (v. 34). Para cuando Gabriel le da tal anuncio a María, ella ya estaba desposada con José (Mt. 1:18-19), por lo que ella pudo simplemente imaginar que su voto de virginidad sería anulado y que, por tanto, ella debería tener relaciones conyugales con su pareja. Sin embargo, su respuesta denota todo lo contrario. Ella se mantiene firme a su consagración; y con intriga pregunta a Gabriel qué de qué manera ella concebiría a un hijo si no tenía relaciones conyugales; o en otras palabras: si ella permanece Virgen (como traducen algunas biblias católicas).
María no tenía la menor intención de romper su consagración con Dios, a pesar de que ya estaba comprometida con San José. Aun cuando el ángel le dice que concebirá un Hijo, ella no cree que este Hijo se concebirá anulado su voto de virginidad (la cual había apartado para Dios) y teniendo relaciones con José. María permanece fiel a su Divino Esposo, y se complace en hacerlo.
Como Iglesia, esposa de Jesucristo, debemos seguir el ejemplo de María. María no se «divorcia» de Dios incluso cuando se le dice que debe concebir un Hijo. El repudio a la pareja era tan usual en Israel, que Dios les permitió carta de divorcio por medio de Moisés debido a la dureza del corazón de los israelitas (Mt. 19). María, en cambio, muestra otra cara de la moneda: la virtud del amor eterno; de un amor que no acaba. Ese es el amor que Dios quiere para nosotros: un amor puro y fiel. La acción de María demuestra cómo debe ser el cristiano para con Dios, ya que hemos sido consagrados a Él por la fe en la sangre de nuestro Divino Esposo, Jesucristo, para vivir una vida nueva en Él (Gal. 2:20; 2 Cor. 5:17). A su vez, la Virginidad Perpetua de María es un ejemplo de fidelidad en el matrimonio terrenal, y enmarca la importancia de este sacramento. Ella podría haber tenido relaciones con San José como cualquier mujer consagrada a su marido; pero ella recuerda que su consagración fue primeramente con Dios, y le rinde adoración a través de dicha promesa.