Siempre he creído que los daños más significativos a nuestra Iglesia no son externos, sino internos. Esto desde aspectos morales hasta doctrinales, lo cual involucra ambos casos el siguiente artículo que trataremos.
«Católicas por el derecho a decidir» (desde ahora CDD) es un nuevo movimiento que busca la «reconciliación» del pensamiento progresista y feminista con la teología católica. El propósito de estas personas es motivar «la libre conciencia» de los fieles pero «sin que eso los lleve a dejar de ser católicos». Es difícil creer cómo una conciencia corrompida por el pecado puede tener plenas facultades morales como para tomar decisiones óptimas frente a dilemas morales; confiar en la libre conciencia de los fieles cuando tenemos un currículum histórico en la Iglesia, que a su vez está subyugado a una promesa de Cristo, a saber, la infalibilidad de la Iglesia, no es más que un motivo de arrogancia.
No me mal entiendan. La Iglesia siempre ha motivado a los fieles a hacer uso libre de su conciencia, pero, siguiendo a San Pedro, «no uséis la libertad como pretexto para la maldad, sino empleadla como siervos de Dios» (1 Pedro 2:16). Esta precisamente será nuestra carta magna en esta discusión, ¿hacen las CDD uso de esta libre conciencia para hacer el mal (incluso sin quererlo) o para someterla al servicio de Dios?
En un artículo titulado «Argumentos de la Tradición Católica para tomar decisiones en libertad de conciencia» —desconozco la fecha de su publicación— elaboran algunas «pautas» para tomar decisiones libres que a su vez sean moralmente correctas y sin perder la delineación dogmática con el catolicismo.
Antes de pasar a los argumentos presentados por CDD, expliquemos un poco qué es esto de la libertad de conciencia.
Según el profesor de teología moral, Augusto Sarmiento Franco…
Cuando se habla de «libertad de conciencia y libertad de las conciencias», lo que se quiere afirmar con esa expresión es que el juicio de la conciencia ha de formarse consciente y libremente, y que, en esa formulación, la persona debe ser respetada por los demás. Nadie puede ser impedido en ese ejercicio ni tampoco «se le puede forzar a obrar contra su conciencia». Hacerlo sería atentar directamente contra su dignidad personal1.
Note primeramente que según esta definición es que la libertad de conciencia sólo sugiere que la persona debe ser libre, consciente y respetada al momento de tomar sus decisiones. En ninguna parte se sugiere que aquella persona que toma una decisión en virtud de su libertad, tiene el derecho de modificar alguna enseñanza clara de la iglesia sobre cuestiones morales. El profesor Sarmiento explica en otra parte:
El juicio de la conciencia ha de conformarse con la verdad. Como criatura el ser humano tiene el derecho y el deber de buscar y abrazar la verdad. Es un derecho, porque, la persona, como imagen de Dios, ha de estar abierta a la verdad y ha de buscarla siempre libremente sin coacciones. Y es un deber porque solo de esa manera la actividad que realice será conforme con la dignidad humana.2
En otras palabras, actuar sin un compromiso pleno con la verdad, sin estar conforme a ella, es actuar de forma denigrantemente humana. Esto está en línea con lo que citamos anteriormente de las Escrituras (1 Pedro 2:16): la libertad no puede ser excusa para pecar, sino para servir a la verdad.
Teniendo claro esto dentro de la teología moral católica, pasemos a ver los argumentos a favor del aborto desde la libertad de conciencia y, como avancemos, iremos haciendo algunas notas respecto a interpretaciones de los documentos del Vaticano II y el Papa, lo cual nos brindará más entendimiento sobre el tema.
Sobre el uso de la libertad de conciencia dentro de los dilemas morales, comienzan explicando:
En algunas situaciones moralmente difíciles lo mejor es actuar de acuerdo con lo que consideramos sensato, razonable y bueno, aunque no coincida con las normas y con las autoridades de nuestra Iglesia.
Aquí proporcionan una nota al pie de página que redirige a un libro llamado «Moral Autónoma» del profesor Karl-Wilhelm Merks; libro que no he encontrado por ningún lado y por lo tanto no puedo evaluar si es una buena referencia o si se han sacado de contexto las palabras de este autor. Sin embargo, tengo mi primera crítica a este enunciado.
La libertad moral de la conciencia en ninguna etapa de la tradición católica se ha entendido como un juez que supere incluso a las autoridades (tanto a personas jurídicas como leyes) vinculantes para los católicos. De hecho, contra la afirmación de CDD, el catecismo de la Iglesia Católica es explícito al decir:
El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre «sujeto de esa libertad» como individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales.3
Más claro aún es cuando afirma:
Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.4
Claro que si CDD piensan que estas cláusulas no son aplicables a ellas y su doctrina, deberían demostrar por qué el aborto no es moralmente condenable para el catolicismo romano (más allá de la extensa tradición cristiana que lo hace, incluyendo el ya citado catecismo).
En su exposición continúan:
Las decisiones tomadas en conciencia son decisiones moralmente válidas que deben ser respetadas. Este respeto implica el reconocimiento de la autonomía de la conciencia individual, de la autoridad moral que tienen todas las personas para decidir libremente la mejor opción de acuerdo con sus circunstancias, incluidas las decisiones relacionadas con la sexualidad, la reproducción y el aborto.
Es verdad que las personas tienen la libertad moral de elegir sus decisiones, pero como hemos visto tales decisiones deben ser responsables y siempre en dirección al servicio de Cristo. El Concilio Vaticano insistió en que parte de la dignidad humana es su libertad de conciencia, nadie debe obligar a nadie a creer algo que dicte contra su conciencia libre. Pero que la libertad de conciencia deba ser respetada, no implica que la acción per se sea moralmente correcta. El problema con CDD, es que para ellas la sujeción a una ley moral, como a las normas que establece la Iglesia, no es el ayo para nuestras acciones, sino un ayo más. Así lo dicen tácitamente:
Escuchar a nuestra conciencia no significa ignorar las normas de nuestra Iglesia o ignorar las opiniones de otras personas. Siempre será muy valioso tener en cuenta las normas, escuchar otras ideas, conocer otras experiencias e informarnos ampliamente, pues así tendremos presentes distintos caminos, nos formaremos una opinión, un criterio y podremos meditar desde el fondo de nuestro corazón sobre lo que es bueno y razonable para nosotras.
Fíjense que para ellas las normas morales forman partes de «distintos caminos». Tanto las opiniones de otras personas como las normas de la Iglesia parecen ser igual de vinculantes para tomar decisiones en virtud de nuestra libertad de conciencia. Esto queda claro en su última declaración del argumento, donde básicamente ellas son las jueces finales en cuestiones morales:
La voz de la conciencia es la voz de Dios, cualquiera que sea su concepción e imagen. No puede haber condena ni pecado cuando las mujeres y adolescentes toman decisiones difíciles como la de interrumpir el embarazo, cuando han seguido los dictados de su conciencia convencidas de haber tomado la mejor decisión.
Además de la evidente invitación a hacer un dios a nuestra imagen y semejanza, se pone como estándar de moralidad la dificultad de tomar alguna decisión. Por supuesto, la culpa por el pecado puede disminuir en virtud de ciertas condiciones: por ejemplo, no tiene la misma culpa una mujer que aborta por un descuido en el embarazo (el descuido puede ser por su irresponsabilidad, pero la intención no era en sí la de abortar) a una que lo hace deliberadamente sólo porque no quiso hacerse cargo de la criatura, incluso si no tenía ningún motivo para evitarlo más que su deseo de no ser madre.
Luego proporcionan algunas citas de la Constitución Gaudium et Spes, documento del Concilio Vaticano II, el cual admiten que es la máxima autoridad para la Iglesia Católica:
La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad… (n. 16)
La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa… (n. 17).
El Evangelio enuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en última instancia, del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión… (n. 41).
Ellas dicen que estos textos demuestran la «supremacía de la conciencia», la cual sería la juez suprema frente a un dilema moral. Y continúan: «frente a un dilema moral es más importante seguir los dictados de la conciencia, que actuar de acuerdo con las normas y las autoridades de nuestra iglesia».
Esto es totalmente contrario a lo que enseña el Concilio Vaticano II. La misma Constitución que citan, en el mismo numeral 16 dice:
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello.5
La conciencia de la que habla dicha constitución no es una que se opone a la enseñanza moral de la Iglesia, sino a una que se ajusta a ella, que rechaza el pecado y lo incita a practicar el bien. Sospecho que para CDD el motivo de que el aborto sea una decisión difícil, y vaya que lo es para muchas, es razón suficiente para que sea algo de lo cual no se puede decir mucho acerca de su carácter moral. Lo que nunca dicen en este artículo y que sería importante para entender mejor cómo actúa la libertad de conciencia frente al aborto, es que para la Iglesia el aborto es un pecado. Si el aborto es un pecado, no importa cuán difícil sea cometer esta práctica, seguirá siendo un pecado. La ya mencionada Constitución Gandium et spes dice tan claramente que: «la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables»6. Esto no parece sugerir en ningún sentido que quienes practican el aborto no pueden ser culpables de juicio y pecado.
Otras citas que proporcionan vienen del Papa Juan Pablo II y el actual Papa Francisco, dos de ellas del Papa Juan Pablo:
[…] cada uno debe seguir la propia conciencia en cualquier circunstancia y no puede ser obligado a obrar en contra de ella.7
Si el hombre advierte en su propia conciencia, una llamada, aunque esté equivocada, pero que le parece incontrovertible debe siempre y en todo caso escucharla.8
Para ellas, en estas citas Juan Pablo II apoya al menos indirectamente la decisión del aborto en virtud de seguir el estándar moral de nuestros corazones incluso si va contra lo que Dios ha dicho por medio de la Iglesia, pero el Papa no sugiere tal cosa por ningún lado. En la primera cita, Juan Pablo simplemente dice que nadie puede ser obligado a ir contra su conciencia, pero no se sigue que por ello las acciones per se deban ser respetadas como actos moralmente lícitos. Y la segunda cita es una cita a medias. Seguido de esas palabras, Juan Pablo II escribe: «Lo que no le es lícito es entrar culpablemente en el error, sin esforzarse por alcanzar la verdad»9. Seguido de ello, cita el numeral 16 de GS, donde se dice que no rara vez la conciencia es «errónea por ignorancia invencible» sin que por ello «pierda su dignidad». Esto no quiere decir que los actos en ignorancia invencible deban ser aplaudidos, incluso si no deben ser condenados EN VIRTUD DE TAL IGNORANCIA. Seguidamente, el numeral continúa:
No puede decirse esto, en cambio, cuando el hombre se preocupa poco de buscar la verdad y el bien, y cuando la conciencia se hace casi ciega como consecuencia del hábito del pecado.
Esto suena muy diferente al reclamo de las CDD que afirman que la conciencia tiene una supremacía sobre las normas morales de la Iglesia. Puesto que la Iglesia es madre de todos los creyentes y tiene la misión de encaminarnos por la vida moral; y CDD son concientes de que hay una prohibición del aborto en sus estatutos pero, según su criterio, la supremacía de la conciencia supera a tales estatus, entonces tales personas no entran dentro de las personas absueltas de culpa mencionadas por Juan Pablo II y el Concilio. Por el contrario, son culpables de juicio porque «el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le cuenta como pecado» (Stgo. 4:17).
La cita del Papa Francisco es no menos favorable para su caso:
Dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas.10
Aquí Francisco no dice que hay una permisividad de obrar contra la moralidad de la Iglesia. Todo lo contrario, admite que como cristianos estamos llamados a formar las conciencias, ¿en virtud de qué?, ¿de varios caminos, como menciona CDD, que son igualmente autoritarios para las decisiones morales y personales de nosotros? No, sino en lo que el mismo Papa menciona: el Evangelio. Y este evangelio fue confiado a la Iglesia es «columna y fundamento de la verdad» (1 Timoteo 3:15).
Otro argumento utilizado en este artículo es el «principio del mal menor». Según este principio, explica CDD, un católico que se encuentra en un dilema ético deberá decir en virtud de aquello que haga «menos daño». Su conclusión es que el aborto forma parte de este dilema para las mujeres, y que «las personas no incurren en ningún mal moral, ni éticamente, ni frente a Dios».
El problema con esta aseveración es que ignora la teología moral de la Iglesia sobre la naturaleza de las acciones por su objeto. La naturaleza de estas puede ser más o menos malas por el fin, pero nunca buenas11. El aborto es siempre pecaminoso para la Iglesia cuando es provocado, así lo dice el catecismo de la Iglesia Católica:
La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (CIC can. 1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.12
Se puede hablar de males menores en dilemas éticos sobre el aborto. Por ejemplo, cuando solo se puede salvar la vida del niño o de la madre. Aun así, eso no quiere decir que cualquiera de las decisiones exima a las personas de una falta grave, puesto que se está interrumpiendo la vida de un ser humano, lo cual sería el objeto moral de la práctica. En cambio, si una madre tiene un tumor cancerígeno en el útero y resulta que está embarazada, es lícito que se le extirpe el tumor incluso si con ello pierde la vida el feto. En este caso, el objeto moral es salvarla de una enfermedad, no acabar con la vida del feto para salvarla a ella.
Por último, argumentan que el probabilismo hace que una obligación moral sobre la cual hay dudas no debe ser impuesta como cierta. Se dice que la doctrina de desarrolla en el siglo XVII durante grandes debates morales, donde se pretendía imponer leyes morales a personas sin conocer la situación concreta del individuo. CDD piensan que por esta doctrina «se justifica que una persona realice una acción, aún en contra de la opinión general y de la enseñanza moral de la jerarquía católica, si tiene razones convincentes para hacerlo y existe la posibilidad de que los resultados posteriores sean buenos». Nuevamente, dan un respaldo casi nulo para esta afirmación. Lo único que hacen es citar una frase en latín: «Ubi Dubium Ibi Libertas», que se traduce como «donde hay duda, hay libertad». Pero incluso asumiendo la verdad de esta premisa, el punto es que en la tradición católica no hay dudas sobre el aborto: es siempre inmoral cuando es provocado. Tanto el Magisterio, las Escrituras y la Tradición lo condenan: explícita e implícitamente. No podemos anular los decretos oficiales del magisterio ni pasarlos por encima. La prohibición del aborto, su condena moral, forma parte del depósito de fe del catolicismo. Nada ni nadie tiene la potestad de cambiarlo, porque así lo ha confiado Dios a su Iglesia.
Referencias.
- Sarmiento, A. (2013). Teología Moral Fundamental. España: EUNSA. p. 463.
- Ibíd.
- CIC. 1740.
- Ibíd.
- Gaudium et spes, n. 16. Documentos del Vaticano II: Constituciones, decretos, declaraciones. Madrid: B. A. C. p. 210.
- Ibíd. n. 51. p. 249.
- Juan Pablo II. XXXII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1999.
- Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Barcelona, Plaza y Janes Editores, 1994, p. 191.
- Ibíd. p. 97. https://mercaba.org/JUANPABLOII/Juan%20Pablo%20II-Cruzando_el_umbral_de_la_esperanza.pdf
- Papa Francisco. Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, 19 marzo de 2016, núm. 37.
- Sarmiento, A. (2013). Teología Moral Fundamental. España: EUNSA. p. 227.
- CIC. 2272.