El «problema» histórico de la Inmaculada Concepción y la formulación dogmática

Si hay alguna doctrina que es especialmente atacada desde el punto de vista de la Tradición de la Iglesia, esa es la Inmaculada Concepción de María. Me parece, sin embargo, que tales ataques no tienen éxito por diversas razones. 

Primero, quiero que considere la siguiente afirmación del reconocido filósofo y apologista Norman Geisler, junto a Ralph E. MacKenzie:

¡No hubo un pronunciamiento de toda la iglesia sobre esto por parte de la iglesia hasta el siglo diecinueve! E incluso cuando se definió infaliblemente, era un dogma proclamado únicamente por la autoridad del Papa, sin la sanción oficial de un concilio eclesiástico. Este es un apoyo escasamente temprano y amplio para el dogma, y hace una farsa del «consentimiento unánime de los Padres».1

Considere igualmente lo que dicen Jerry Walls y Kenneth Collins, comentando la declaración de la Iglesia Católica, que «era costumbre que los Padres se refirieran a la Madre de Dios como toda santa y libre de toda mancha de pecado»2, en el siguiente extracto:

… si esta doctrina  especial con respecto a la concepción de María es tan evidente en los padres de la iglesia, entonces, ¿por qué la ortodoxia oriental la ha rechazado en general? En cualquier caso, como con tantas otras cosas en la historia de la iglesia, a menudo se necesita un tiempo considerable para que se desarrollen y maduren doctrinas importantes, y ese es claramente el caso aquí.3

Aunque ambas declaraciones son parcialmente correctas, ambas coinciden en un fracaso: pensar que el consenso unánime de los Padres es la razón subyacente (o necesaria) para que una doctrina sea definida infaliblemente. Como bien observan Walls y Collins, las doctrinas importantes necesitan desarrollo y maduración; esto lo tiene bien claro la Iglesia Católica. El supuesto de que todo debe estar claramente enseñado o unánimemente enseñado en la teología patrística es una grosera ignorancia de los otros puntos de inflexión importantes dentro del Magisterio para definir una doctrina.

Algunos van más allá de los Padres de la Iglesia, como James White, quien se esfuerza en una de sus obras sobre María para demostrar cómo hubieron oponentes de esta doctrina a lo largo del tiempo, incluyendo en la época medieval, y concluye con la siguiente declaración: 

Los hechos son claros: aquí tenemos una doctrina que ha sido elevada al nivel del dogma cristiano mismo. Se ha convertido en parte del núcleo mismo de la fe. Sin embargo, no solo no tiene una pizca de apoyo bíblico,sino que también es contrario a las declaraciones de muchos de los primeros Padres con  respecto a  las  imperfecciones de  María. Como enseñanza positiva, la gran mayoría de los escritores se opusieron a ella en el siglo XII y más allá.4

¿Cuál es la postura de la Iglesia ante estos hechos evidentes? No me meteré a discutir las ideas de estos teólogos sobre lo que opinaba tal o cual Padre, en general parece que estoy de acuerdo. Los Padres de la Iglesia no hablaron de forma explícita sobre la Inmaculada Concepción de María. Creo que las razones pueden estar influenciadas por concepciones teológicas, así como científicas y filosóficas (p. Ej. el poco desarrollo de la doctrina del pecado original; la concepción de la animación tardía del alma; el aparente conflicto con la expiación universal de Cristo, etc.). También estoy de acuerdo en que aquí jugó un papel importante la creencia predominante de los fieles en la época de Pío IX, así como también estoy de acuerdo en que la doctrina tuvo sus oponentes en la Iglesia medieval.

La Iglesia no es tonta y es consciente de estos hechos. También es consciente de la necesidad de ofrecer una respuesta a estas problemáticas. Nuevamente, ¿qué hacemos ante estas evidencias? 

Siguiendo a Walls y Collins, toda doctrina necesita de un desarrollo y maduración los cuales pueden tomar siglos para concretarse. Por esto es normal que, así como otras tantas doctrinas, encontremos conflictos entre dos partes contrarias sobre doctrinas determinadas. En los siglos primeros, al menos unos tres siglos después de la muerte de los apóstoles, percibimos que hubieron muchas divergencias en cuestiones de teología propia y cristología: ¿es o no es Dios una trinidad?, ¿el Hijo está eternamente subordinado al Padre?, ¿Cristo es Dios o una criatura elevada a lo divino, pero con principio como nosotros?, ¿es el Hijo una persona divina o una persona divina y humana? Todas estas dudas desataron fervientes debates y conflictos que parecían no ser culminantes en ninguna instancia, hasta que intervenía el Magisterio de la Iglesia con sus proclamaciones dogmáticas, dando uso a su papel como fiel intérprete de la Palabra de Dios. 

La doctrina de la Inmaculada Concepción tomó una vía semejante. La doctrina no aparece explícita en los Padres de la Iglesia, incluso algunos niegan con sus declaraciones cualquier implicación de esta idea. Los teólogos e historiadores5 admiten que hubieron al menos dos opiniones contrarias en la época patrística: los que concebían a María como una mujer pecadora, y aquellos que la veían, al menos, como libre de pecados personales (tales son las declaraciones de San Efrén el Sirio y San Agustín de Hipona). 

Aunque algunos piensan que este conflicto de ambigüedad en los Padres de la Iglesia y el rechazo explícito de la doctrina es una razón suficiente para que esta enseñanza no sea pronunciada infaliblemente, están cometiendo la equivocación de reducir la Tradición a sólo siete u ocho siglos (dependiendo de si es un cristiano occidental u oriental) del cristianismo, al mismo tiempo que condicionan a la Iglesia a tener una claridad patrística como razón necesaria para establecer el dogma. 

En esta instancia de la historia, se podría decir que ambas doctrinas formaban parte del magisterio ordinario no infalible de la Iglesia. En ese sentido, tales doctrinas son clasificadas como «reformables»6

El teólogo y filósofo católico Chad Ripperger, menciona al menos cinco circunstancias en las que una doctrina del magisterio ordinario no infalible puede ser reformable. En la tercer circunstancia hace la siguiente mención: 

Aquellas enseñanzas que fueron enseñadas como parte de la parte ordinaria no infalible de la tradición sólo deben ser cambiadas por un pronunciamiento más autorizado, de lo contrario, dos enseñanzas magisteriales ordinarias contradictorias se dejan en el mismo nivel de autoridad. Prudencialmente, estas enseñanzas magisteriales ordinarias normalmente solo deberían ser cambiadas por pronunciamientos infalibles, como fue el caso de la Inmaculada Concepción donde se puso fin a siglos de debate por parte de algunos teólogos.7

Como menciona Ripperger, este es particularmente el caso de la Inmaculada Concepción. Si bien es cierto que había una contraparte que negaba esta doctrina, el intérprete autorizado dentro del catolicismo es el Magisterio romano. Como explicó el Papa Pío XII (1939 – 1958): 

Dios ha dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar lo que en el Depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente. Y el divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de sus fieles, ni un a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia.8

Es así, entonces, que se resuelve la controversia al respecto. En todo caso he de admitir que la disputa sobre la Inmaculada Concepción tomaría una mejor vía si se resuelve a partir de un diálogo sobre la autoridad de la Iglesia de Cristo. Si reducimos el debate a una mera dialéctica patrística, ni el católico, protestante u ortodoxo griego saldría con alguna conclusión apropiada para sus fines. Cualquiera de ellos podría observar que hay divergencias entre los Padres de la Iglesia, y que más de uno apoya su postura: no había una posición definida al respecto. Al final, los protestantes juzgarán a los Padres de la Iglesia en base a la autoridad de las Escrituras y dirán que el sector patrístico que tenía a María como una mujer pecadora es el que tiene razón; mientras que católicos y ortodoxos mirarán a la autoridad docente de la Iglesia como intérprete de la Escritura y la Tradición, y dirán que son los Padres «maculistas» (un término anacrónico aplicado a ellos, tomado de las disputas medievales entre escotistas y tomistas) los que estaban en lo cierto. Esto solamente extiende el debate, ¿las Escrituras juzgan a la Tradición y dan el golpe definitivo, a través de la interpretación de algún cristiano, para decir si determinada doctrina es Palabra de Dios o no?, ¿o es un Magisterio impuesto por Cristo el encargado de interpretar las Escrituras y la Tradición por la guía del Espíritu Santo?

Ahora bien, con esto no quiero decir que la Inmaculada Concepción no tiene respaldo bíblico (o incluso patrístico, a pesar de que no hay formulaciones exactas al respecto en esta época). Creo que lo hay. Pero siguiendo a Dave Armstrong, «la Inmaculada Concepción es mucho menos evidente en las Escrituras, pero todavía hay una sorprendente cantidad de material que se puede aplicar»9. Pienso que muchos apologistas católicos se han esmerado demasiado en probar más allá de lo que la biblia tiene para ofrecernos sobre esta doctrina. Tanto, que llegan al punto de hacer malabares hermenéuticos que no ayudan en nada al debate. La sinceridad es una pieza clave aquí, y ningún católico debería temer a decir: «está bien, no creo que haya suficiente evidencia para esta doctrina en las Escrituras». Eso no es para nada un problema, no para nosotros, ya que no estamos sujetos al concepto de sola scriptura y no debemos ceder a priori a las exigencias que los protestantes suelen hacernos (al menos no en estricto). 

Referencias. 

  1. Geisler, N. & MacKenzie, R. (1995). Roman Catholics and Evangelicals: Agreements and Differences. Baker Academic. ch. 15.
  2. Aunque Walls no proporciona una referencia magisterial en esta aparente cita, no creo que sea necesario. En efecto, muchos católicos hablan en estos términos que evidentemente es ambiguo o hasta falso. El uso de artículo en «los Padres» parece excluir la posibilidad de que algún Padre de la Iglesia haya dicho algo contrario a las declaraciones subsiguientes. Sin embargo, es cierto que esa no es una implicación necesaria. 
  3. Collins, K. & Walls, J. (2017). Roman but not Catholic: What Remains at Stake 500 Years after the Reformation. Grand Rapids: Baker Academic. ch. 16.
  4. White, J. (2012). Mary: Another Redeemer? Bloomington: Bethany House Publishers. ch. 4
  5. Véase, por ejemplo, Schaff, P. (1990). The Creeds of Christendoms. Grand Rapids: Baker Book House. 1:123; Ott, L. (1974). Fundamentals of Catholic Dogma. Rockford: Tan Book Publishers. p. 203; JND Kelly. (1978). Early Christian Doctrines. San Francisco: Harper & Row. pp. 493, 496; Elliot, M. & Samples, K. (1992). The Cult of the Virgin. Grand Rapids: Baker Book House. p. 31. 
  6. Ripperger, C. (2013). Topics on Tradition. Sensus Traditiones. ch. 1.
  7. Ibíd. 
  8. Pío XII. (1950). Encíclica Humanis Generis, 15.
  9. Armstrong, D. (2007). Development of Catholic Doctrine: Evolution, Revolution, or an Organic Process? USA: Lulu. ch. 6.

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