William Webster es un veterano apologista protestante. Ha escrito múltiples libros sobre el catolicismo, tales como Salvation: Bible & Catholicism; Roman Catholic Tradition: Claims and Contradictions; The Matthew 16 Controversy: Peter and the Rock; y por supuesto, tres volúmenes (Holy Scriptures) defendiendo la doctrina de sola scriptura. No he tenido la dicha de leer ninguna de estas obras; sin embargo, sus artículos son altamente difusivos entre los mismos apologistas protestantes de internet. Sobre todo en la comunidad de habla hispana, Webster parece ser un referente para éstos dado el inconfundible pensamiento que hallamos entre éste y sus aparentes lectores.
El artículo que trataremos del sr. Webster se titula The Papacy and the “Rock” of Matthew 16. Debo decir de antemano que el artículo (que aparentemente es el extracto de alguno de sus libros) fue sacado de una página reformada que recopila escritos de diferentes teólogos y apologistas, puede ir al sitio aquí.
El artículo consta de tres fases: 1) la exégesis católica de Mateo 16:18-19, 2) una exégesis más «apropiada» del texto y 3) la exégesis primitiva y patrística. Debido a la extensión del artículo, que de por sí será más largo de lo habitual, nos enfocaremos en (1) y (2) dejando espacio para (3) en la segunda parte.
El significado de la roca
Webster comienza con el análisis crítico por la exégesis católica de las palabras de Jesús a Simón. Él resume nuestra interpretación de esta manera:
Como es bien sabido, «esta roca» es interpretada por Roma como la persona del propio Pedro. La exégesis es que Cristo cambia el nombre del apóstol de Simón a Pedro, y luego dice a Pedro que va a construir su Iglesia sobre él personalmente. Que éste es el significado que Cristo pretende queda fuera de toda duda, según se afirma, por sus palabras inmediatamente posteriores. Promete dar a Pedro las llaves del reino de los cielos con autoridad para atar y desatar. Los apologistas católico-romanos señalan que, puesto que las llaves representan la autoridad en las Escrituras, Pedro recibe la autoridad suprema sobre toda la Iglesia y ésta se transmite a los obispos romanos que son sus sucesores. Pero no sólo se transmite la autoridad sobre la Iglesia. Roma enseña que el don de la infalibilidad está implícito en la promesa de Cristo de que las puertas del Hades no prevalecerán contra la Iglesia, y que las promesas de Cristo de estar con la Iglesia por su Espíritu (Mt. 28:20, Jn. 14:16-17, 26) y las palabras de Cristo a Pedro en Jn. 21 y Lc. 22 presuponen igualmente la infalibilidad.
Estoy parcialmente de acuerdo con este resumen, sólo que hay un pequeño problema que desearía cambiar. Decir que la «roca» es interpretada por Roma como la persona del propio Pedro podría despertar objeciones que en realidad no deberían desgastarse. Uno puede creer que esto significa que para los católicos la Roca es Pedro y nada más que él (aunque Webster no lo exponga así, es plausible interpretarlo de esta manera), por lo que más apropiado sería decir que para nosotros «la Roca» es Pedro y su confesión de fe (Catecismo de la Iglesia Católica, 424; 552), como un significado polivalente de la metáfora empleada. O mejor, como lo ha dicho Gregg Allison, un teólogo protestante,
Mientras que algunos teólogos evangélicos interpretan «esta roca» como una referencia a Pedro, y otros como una referencia a su confesión, un entendimiento más plausible es que la roca es Pedro en virtud de su confesión.1
Visto de esta forma, cualquier objeción aplicada desde una perspectiva confesionista de este pasaje, no entra en conflicto directo con el dogma católico. No acuso a Webster aquí de ocultar información o algo por el estilo —si se pensaba—, únicamente complemento su resumen para mayor claridad en el desarrollo del artículo. Ahora bien, así como Webster resumió la posición católica, lo hace igualmente con «la protestante». Escribe:
La Iglesia protestante, en cambio, suele afirmar que esta exégesis es incorrecta. Sostiene que cuando Cristo afirma que edificará su Iglesia sobre una roca, no se refiere a Pedro personalmente, sino a la confesión de Pedro de que Cristo es el Hijo de Dios y, por tanto, a Jesús como la roca. Este punto de vista está validado por varias líneas de razonamiento sin necesidad de repetir los gastados argumentos sobre las diferencias entre los términos griegos petros y petra en Mateo 16. En concreto, estas pruebas son la propia interpretación de Pedro de la roca de la Iglesia; el significado contextual más amplio de la palabra roca, tal como se utiliza tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; la interpretación contextual de todo el pasaje de Mateo 16, desde el versículo 13 hasta el 19; y, por último, la interpretación patrística global de Mateo 16. Si hay una persona que debería haber sabido lo que Cristo quiso decir con las palabras que pronunció en Mateo 16:18, era el propio Pedro. ¿Se consideraba Pedro el primer Papa y la roca sobre la que se edificaría la Iglesia? El propio Pedro nos da la respuesta en 1 Pedro 2:4-8.
Aquí tengo dos objeciones. En primer lugar, ¿a quiénes se refiere cuando habla de «la Iglesia protestante»? Si con ello tiene en mente a un cúmulo de denominaciones, sería difícil probar que en general la mayoría de feligreses sostiene la exégesis propuesta por Webster. Ya mencioné a al menos uno de estos feligreses que no está de acuerdo con Webster, pero acá se han recopilado a al menos 40 académicos de diferentes denominaciones que ven a Pedro como «la roca» en este pasaje.
Incluso si apelamos a una fuente imparcial, como lo es la reconocida Encyclopedia Britannica, encontramos afirmaciones similares a las que acabo de hacer:
Aunque en el pasado algunas autoridades consideraban que el título, que significa «roca», se refería al propio Jesús o a la fe de Pedro, el consenso de la gran mayoría de los eruditos actuales es que debe interpretarse la interpretación más obvia y tradicional, es decir, que el título se refiere a la persona de Pedro.2
Mi segunda objeción es que aquí hay una falsa dicotomía. Como señalé al principio, previendo que algo así sucedería, y como lo han señalado algunos apologistas católicos, como Joe Heschmeyer citando al ya mencionado Allison,
el problema […] es que a menudo la confesión de Pedro «es luego despojada de cualquier conexión con la persona de Pedro: es la confesión en sí misma, no Pedro como confesor, lo que se enfatiza como el fundamento de la iglesia del Mesías» […] Este punto de vista conduce «una cuña entre la persona de Pedro y su confesión revelada por Dios», y la confesión de fe de Pedro rápidamente se convierte simplemente en cualquier profesión de fe.3
Webster no se queda solo ahí, sino que deduce que a partir de tal exégesis, en última instancia la roca sería Jesucristo. Esto, según, apelando al contexto más amplio de Mateo 16:16-19; el uso semántico de petra en el Antiguo y Nuevo Testamento, y por último «la patrística global» en torno a Mateo 16 (ponga atención específicamente a esta última afirmación).
Algo que tomo muy valiosamente del resumen de Webster, es que califica los esfuerzos protestantes por encontrar distinciones conceptuales entre petros (Pedro) y petra (roca/ piedra) como «gastados argumentos». Esto es bastante cierto en la literatura académica más actualizada. Casi ningún erudito, sea católico, protestante u ortodoxo, se involucra en estas inútiles discusiones. Esto es más bien un subproducto del ala fundamentalista norteamericana, que generalmente no tienen una preparación teológica decente.
Seguido de la presentación de Webster sobre «la postura protestante», comienza a elaborar ciertos argumentos exegéticos en primera instancia. Webster comienza con la autopercepción petrina respecto a su oficio dentro de la Iglesia y el lugar de Cristo en la misma. Webster dice que la respuesta negativa de Pedro como «la roca sobre la cual se construiría la Iglesia» se encuentra en sus mismas epístolas. Primero, cita 1 Pedro 2:4-8:
Y acercándoos a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios, también vosotros, como piedras vivas, estáis siendo edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Porque esto está contenido en la Escritura: ‘He aquí que pongo en Sión una piedra escogida, una piedra angular preciosa, y el que crea en Él no quedará defraudado.’ Este valor precioso, pues, es para vosotros que creéis. Pero para los que no creen: ‘La piedra que desecharon los constructores, ésta se convirtió en la piedra angular’. ‘Piedra de tropiezo y roca de escándalo‘.
Webster comenta que «la piedra preciosa y la piedra angular, la roca sobre la que se edificará la Iglesia, según Pedro, no es él mismo, sino el Señor Jesucristo». Sin embargo, Pedro no dice que él no sea la roca sobre la que se edificó la Iglesia, en cambio dice que Cristo es la piedra angular en la que somos edificados. De ahí no se puede deducir que Pedro queda completamente excluido, ya que no suelen haber absolutismos en la imaginería bíblica sobre el uso de metáforas. Por ejemplo, Cristo es descrito como pastor (Juan 10:11), pero también como cordero (Juan 1:29). También llama a sus discípulos corderos (Lucas 10:3), mientras que al mismo Pedro lo pone como pastor (Juan 21:15). Por lo tanto, no hay ninguna contradicción entre que Pedro haya sido llamado «roca» mientras que en otros lugares, como en sus epístolas, esté representado como uno que es edificado sobre Cristo, la piedra angular.
Luego Webster hace mención de otras palabras de Pedro para concluir que éste no se veía investido de autoridad sobre los demás apóstoles, como sugerimos los católicos que lo fue. Para ello cita 1 Pedro 5:1-4:
Por tanto, exhorto a los ancianos de entre vosotros, como cohermano vuestro y testigo de los padecimientos de Cristo, y partícipe también de la gloria que ha de manifestarse, a que apacentéis el rebaño de Dios que está entre vosotros, ejerciendo la vigilancia no por obligación, sino voluntariamente, según la voluntad de Dios; y no con ánimo de lucro sórdido, sino con afán; ni tampoco como señoreando sobre los que os han sido asignados, sino demostrando ser ejemplos para el rebaño. Y cuando aparezca el Pastor Mayor, recibiréis la inmarcesible corona de gloria.
Pero nada en este texto sugiere la interpretación de Webster. Él dice que «Pedro se refiere a sí mismo simplemente como compañero de los otros ancianos de la Iglesia, todos los cuales están bajo la autoridad última del Pastor Principal, el Señor Jesucristo». Pero si esto fuera cierto, el mandato de Cristo a Pedro para pastorear a sus ovejas (21:15) no tendría sentido. Asimismo, Pedro es consciente de su misma autoridad al presidir el alto de la disputa durante el concilio de Jerusalén (Hechos 15:7-11). También hay muchas evidencias en los evangelios donde Pedro es nombrado como el primero en la lista de los apóstoles; es, aparentemente, reconocido distintivamente por el mismo Pablo además de los otros apóstoles (1 Corintios 9:5); Jesús ora por él para que por medio de él confirme a los demás discípulos (Lucas 22:32); y así un largo etcétera. Por ello concluimos, siguiendo a W. F. Albright y C. S. Mann, que «negar la posición preeminente de Pedro entre los discípulos o en la comunidad cristiana primitiva es una negación de la evidencia»4.
Pero, ¿cómo conciliamos estos hechos con el uso de Pedro de «cohermano» (Gr. sumpresbúteros)? Lo cierto es que hasta la fecha, el Papa sigue siendo un cohermano o copresbítero (para emplear una traducción más literal) de los demás ancianos. Ponerse a la par de alguien en cuanto a la dignidad sacerdotal no es un menosprecio de la autoridad del sacerdote. Tanto el obispo como el sacerdote son cohermanos, copresbíteros, más allá de que el obispo tenga una autoridad distintiva. Este es el mismo caso de Jesucristo: él incluso se llama amigo nuestro (Juan 15:14) y hasta nuestro servidor (Mateo 20:28), pero sabemos que su autoridad es mayor a la nuestra.
Otro argumento de Webster a favor de su propuesta interpretativa es la evidencia del uso metafórico de «roca» referido a Dios en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Nos ofrece un florilegio que no vale la pena citar como los anteriores pasajes, porque todos tienen la misma profundidad que Webster deseaba, la cual no es mucha. En todos estos pasajes (puede irlos a observar usted mismo en su artículo), Dios es identificado como una roca. Según Webster, esto es evidencia a favor de su exégesis de Cristo como la roca de Mateo 16. Sin embargo, hay un problema aquí, y es principalmente exegético. Como ya mencioné anteriormente en mi comentario a 1 Pedro 2:4-8, la imaginería bíblica tiene diferentes acepciones, y el uso de cualquier término debe ser interpretado en su debido contexto. Así lo explica el eminente teólogo reformado Michael Gorman:
La Biblia está llena de imágenes evocadoras. Estas palabras (e incluso frases, oraciones y unidades más largas) deben interpretarse mediante una imaginación disciplinada a la luz del contexto en el que aparecen. Los lectores deben estar particularmente atentos a la presencia y función de las metáforas.5
La biblia es consistente con este elemento exegético de Gorman, pero no con el de Webster. Por ejemplo, además de los paralelos metafóricos que ya usé arriba, la biblia dice que Jesús es la luz del mundo (Juan 9:5) sin que ello impida, por boca del mismo Cristo, que los discípulos lo sean igualmente (Mateo 5:14). También encontramos en Isaías 51:1-3, que Abraham es descrito como una «roca», justo en el contexto veterotestamentario donde esta metáfora estaba fuertemente arraigada a la devoción judía hacia Dios. Eso, sin embargo, no fue problema para que Isaías, quien repetidas veces llama «roca» a Yahvé, la empleara a su padre Abraham.
Después de todo un discurso sobre cómo Dios es llamado consistentemente como roca, piedra angular, fundamento y cimiento de nuestra salvación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Webster dice:
Entonces, ¿a quién señalan constantemente las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, como la roca, la piedra, la piedra angular y el fundamento sobre el que se edificaría la Iglesia? Jesucristo el Señor, el Hijo del Dios vivo, sólo Él es la roca de nuestra salvación. Estos hechos luego dan el contexto más amplio en el cual interpretar las palabras de Cristo a Pedro en Mateo 16. Pedro no se refiere a sí mismo como la roca, sino a Cristo, y el contexto más amplio de la enseñanza bíblica sobre la roca justifica nuestra interpretación de la roca de Mateo 16 se refiere a la persona del Señor Jesucristo en oposición a Pedro.
El asunto es que esta es una exégesis muy pobre. La forma en la que Webster justifica su interpretación de Mateo 16:16-19 no es en base a un análisis exegético del texto mismo, sino buscando el paralelismo metafórico de una palabra asociada a Dios en pasajes ajenos al texto en cuestión. Incluso si cedemos a lo que dice Webster (lo cual no es realmente cierto, dado que Abraham también es llamado «roca»), ¿cómo sabemos que aquí «la roca» es una referencia a Dios?, ¿qué hacemos con los problemas exegéticos que ello conlleva?, ¿cómo pasamos por alto toda la evidencia dentro del mismo texto que indica lo contrario? Webster no puede huír de tales problemas hermenéuticos, debe interactuar con ellos y ofrecer respuestas satisfactorias más allá de una pobre interpretación de corte fundamentalista o lector principiante de las Escrituras (no lo tome como una ofensa si realmente es un lector principiante de la biblia siempre y cuando no pretenda ser un apologista por ahora).
Lo curioso de todo esto, es que al principio Webster cataloga como argumentos gastados a la distinción que muchos hacen entre petros y petra como un esfuerzo para identificar a Cristo como la roca, pero muy pronto usa un argumento aún más gastado y menos sofisticado que el anterior para probar su postura. He de admitir que de todos los esfuerzos protestantes por probar una interpretación, llamémosla con miedo a equivocarme, cristocéntrica, esta es la peor de todas.
Webster concluye con su «exégesis» diciendo algo importante: «Jesucristo el Señor, el Hijo del Dios viviente, solo él es la roca de nuestra salvación». ¡Esta es la conclusión tomada de su rastreo bíblico del uso de «roca» en relación a Dios! Sin embargo, ¿no es su conclusión precisamente lo que los católicos creemos de Jesús, y lo que no creemos de San Pedro? Ningún católico dice que en Mateo 16 Pedro es llamado nuestra roca de salvación, por lo que podemos admitir la conclusión de Webster sin con ello comprometer nuestra exégesis de las palabras de Cristo en Filipo. Esto es simplemente el principio ya mencionado por Gorman: las palabras deben interpretarse a la luz del contexto. Y efectivamente, tanto a Dios como a Pedro se les llama «la roca» en contextos muy diferentes.
Las llaves y el poder de atar y desatar
Pasando a otras objeciones por Webster, él continúa:
Además de esto, hay otras consideraciones en Mateo 16 que no apoyan la interpretación católica romana. No hay absolutamente nada en este pasaje que hable de sucesores de Pedro y de la transmisión de sus prerrogativas personales a ellos.
Ciertamente Mateo 16 no sugiere tal cosa. Sin embargo, ¿por qué debería hacerlo? El texto, a su vez, tampoco sugiere que tales prerrogativas no debían ser sucedidas a otros obispos. Mateo 16 de por sí no propicia evidencia para ninguna de las posturas. Tampoco es estrictamente necesario encontrar un texto bíblico que apoye la postura católica. Para nosotros, el principio de la reforma de sola scriptura no es vinculante en nuestra teología. Por ello, los apologistas y teólogos romanos validan la sucesión petrina a partir de los datos históricos que forman parte de la Sagrada Tradición, la cual sí es vinculante infaliblemente para nosotros. Creo que para probar la sucesión petrina, primero debemos probar que 1) los apóstoles transmitieron otras ideas que no fueron dadas por escrito, 2) que tales ideas son infalibles y 3) que así fueron recibidas por las comunidades posteriores.
Webster dice que «las llaves, más que significar el establecimiento de la institución del papado y la autoridad suprema para gobernar la Iglesia y el mundo, son representativas de la autoridad para ejercer la disciplina en la Iglesia y proclamar el evangelio, declarando el perdón gratuito de los pecados en el Señor Jesucristo». En apoyo a esta interpretación, dice que la declaración del evangelio al ser rechazada cierra las puertas del reino, mientras que el aceptarla las abre. Posteriormente, también afirma que «las llaves no son posesión de un solo individuo, pues exactamente la misma autoridad que Cristo promete a Pedro la concede también a los demás apóstoles en Mateo 18:18 y Juan 20:22-23».
Es cierto que las llaves implican el poder de atar y desatar los pecados y ejercer disciplina en la Iglesia, ¿pero por qué no en cuestiones doctrinales y morales? Después de todo, vemos a los apóstoles en Hechos 15 no perdonando pecados y ejerciendo disciplina solamente, sino también pronunciando doctrina. Y eso se percibe a lo largo de todas las Escrituras, específicamente en el mandato de San Pablo a Tesalónica: «Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra». Por otro lado, es un error lo que supone Webster de que para nosotros las llaves fueron dadas a un solo individuo. Ciertamente la única declaración explícita de Cristo sobre la entrega de las llaves es en Mateo 16:16-19, pero tal autoridad es compartida también por la Iglesia. El catecismo romano lo dice claramente cuando habla del sacramento de la penitencia:
Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los pecados, también hacía falta que el bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo.6
Y en otro lugar:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo.7
El punto aquí es que las llaves por sí mismas no son lo que conceden primacía a San Pedro, sino que ellas forman parte del caso acumulativo. En realidad, es todo el discurso encontrado en Mateo 16:16-19 lo que da luz acerca del papel petrino dentro de la Iglesia, sumado a otros pasajes bíblicos relevantes y las narrativas del libro de los Hechos.
Webster dice que los versículos en cuestión sólo prueban que Jesús es el Pastor Supremo de la Iglesia, todo esto basado en la roca como figura de Cristo. Él dice:
Cuando Jesús dice que construirá su Iglesia, está diciendo que va a invadir el reino de Satanás y que sus defensas no podrán resistir el ataque. […] Pero, ¿cómo se libera a los prisioneros del reino de Satanás para que entren en el reino de Dios y se construya la Iglesia? La respuesta es mediante la proclamación del Evangelio, que declara el perdón de los pecados, la liberación de Satanás y del juicio eterno, y el don seguro de la vida eterna, todo ello basado en la persona y la obra expiatoria de Jesucristo.
Como nos damos cuenta, la interpretación de Webster está moldeada por su comprensión del uso de las llaves por parte de Pedro y los apóstoles. Él cree que estas llaves solo se refieren a autoridad en cuestiones disciplinares y la proclamación del evangelio, pero no a asuntos doctrinales, morales y de absolución de pecados (él ve la absolución de Juan 20 como a través del rechazo o aceptación de la predicación). También esconde el presupuesto de que la roca es Cristo. Pero si la exégesis de Webster fracasa cuando se trata de identificar a Cristo como la roca, las palabras aplicadas aquí a Jesús pierden el sentido. Si Pedro es la roca aquí mencionada, eso quiere decir que la forma en la que Cristo liberará a la Iglesia de las puertas del infierno es, por supuesto, por medio de su obra expiatoria, pero siendo San Pedro el instrumento como parte de esta victoria. De ahí que el paralelismo encontrado en Isaías 22:22 con Mateo 16:16-19 cobren sentido. San Pedro sería observado como el mayordomo del reino de los cielos, así como Eliaquim lo fue del reino terrenal. Como mayordomo, Pedro tendría las llaves del reino en la ausencia visible del Rey Jesucristo. Y por la autoridad conferida de este Rey a Pedro, la iglesia será victoriosa sobre las puertas del Hades.
También vemos que Webster dice que el término griego para «atar», deo, significa «estar atado; estar en cadenas; estar cautivo» y que por lo tanto ««atar» y «desatar» tienen que ver con la proclamación del evangelio y la certeza del perdón y la liberación en Jesucristo para aquellos que se arrepienten y creen». Webster dice también que el significado de «atar» y «desatar» como algo declarativo más que jurisdiccional se fundamenta en el paralelo con Juan 20, donde Jesús les dice a los discípulos que como el Padre lo envió así los envía él a ellos, y seguidamente les concede la autoridad para perdonar los pecados o para retenerlos. La conclusión de Webster es que como Jesús fue enviado a predicar el evangelio, él envía a los apóstoles de la misma forma y por tal declaración del evangelio las almas quedarían «atadas» o «desatadas».
En primer lugar, hay una falsa dicotomía aquí. Para entender el significado de «atar y desatar» no es necesario observar el significado griego de «atar», sino mirar más bien el origen rabínico de la cláusula completa. Aunque muchos teólogos discuten sobre si «atar y desatar» tiene una connotación declarativa, es decir, de absolución o más bien jurisdiccional, de determinar la doctrina, el erudito en estudios del Nuevo Testamento y griego koiné, el profesor Robert H. Gundry, propone que «en la literatura rabínica, atar y desatar generalmente significan decisiones interpretativas de prohibición y permiso; pero también significan condena y absolución al disciplinar a los miembros de la sinagoga que desobedecen las decisiones interpretativas»8. Gundry sostiene que en Mateo 16:18 se entiende en el sentido de «interpretación de los escribas (véase 23: 13; Lucas 11:52)», mientras que en Mateo 18:18, donde se les otorga esta autoridad a los apóstoles, «se asociará con la disciplina eclesiástica y el perdón»9.
No sé si estar de acuerdo con Gundry en su aplicación de esta cláusula en un sentido separatista, pero el punto es que para él dicha cláusula implica más que una simple cuestión disciplinaria: es también interpretativa. Esto tiene perfecto sentido, dado que la disciplina y absolución están estrechamente ligadas con el rechazo de la herejía, y para rechazar la herejía es necesario «atarla», ¿y de qué otra manera sino estableciendo la ortodoxia?
En segundo lugar, creo que lo que dice Webster sobre «atar y desatar» a las personas en virtud del rechazo o la aceptación de la comunicación del evangelio es bastante reduccionista. Como dice R. T. France:
La metáfora de «atar» y «desatar» también se refiere a la autoridad administrativa. Los términos se utilizan en la literatura rabínica para declarar lo que está permitido y lo que no. […] Tal autoridad para declarar lo que está y no está permitido tendrá, por supuesto, consecuencias personales para la persona juzgada por haber pecado, pero es el juicio previo en principio lo que constituye el foco de la metáfora «atar», y allí, como aquí, los objetos de ambos verbos se expresarán en neutro, no en masculino; son las cosas, los asuntos, los que se atan o desatan, no las personas como tales.10
Entonces, si bien es cierto que el atar y desatar tienen reflejos existenciales en las personas, la metáfora en sí tiene connotaciones disciplinares e interpretativas que tratan asuntos previos, no a las personas como tal, las cuales salen afectadas en virtud de éstos (sea positiva o negativamente). Esta parece ser la idea de la mayoría de eruditos bíblicos del Nuevo Testamento.
En tercer y último lugar, Webster sólo toma una parte del ministerio de Cristo cuando se habla de su misión por parte del Padre hacia la humanidad: «como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros» (Juan 20:21). Webster dice que esto se refiere a la predicación del evangelio. Pero si bien esto es cierto, la predicación del evangelio no solamente incluía el anuncio de la venida del Mesías. Cristo no sólo vino a avisarnos que el Mesías ya había venido y que era Él, sino que también vino a enseñar (Lucas 19:47); a disciplinar (Mateo 18:15-20) y a absolver pecados (Mateo 9:2).
El paralelismo de Isaías 22:20-22 con Mateo 16:18
Webster procede con su refutación del argumento católico sobre el paralelismo entre Isaías 22:20-22 y Mateo 16:18. Luego de resumir, nuevamente, la posición católica y la atribución de Isaías a Pedro, escribe:
Pero el Señor Jesucristo ya ha dado la interpretación y aplicación correctas del pasaje de Isaías 22: en Apocalipsis 3:7 Jesús cita Isaías 22:22 y se lo aplica a sí mismo: ‘Y escribe al ángel de la iglesia de Filadelfia: El que es santo, el que es verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, y el que cierra y nadie abre, dice esto…’. ¿Quién es el que tiene la llave? (nótese el tiempo presente, ya que esto se dice después de la resurrección y, parece probable, después de la muerte de Pedro). El Señor Jesucristo, y nadie más.
Bien, es importante notar que el paralelismo entre Isaías y Apocalipsis no es exacto. Primero, porque en Isaías 22:20-22, se habla de que el rey entregará las llaves a Eliaquim. Es decir, Eliaquim recibe las llaves, no las tiene. Esto es similar a lo que sucede con Pedro en el relato mateano, recibiendo las llaves por parte del Rey, que es Cristo. En cambio, en apocalipsis 3:7 Jesús no dice que recibió las llaves, así como lo hizo Eliaquim, sino que «tiene» (Gr. éjo) las llaves.
Segundo, no hay ninguna contradicción en esto. Las llaves le pertenecen tanto a Cristo como a Pedro, siendo Cristo el propietario de las mismas. En la tipología de Isaías 22 no se asume que Eliaquim pasa a ser el nuevo dueño de las llaves, eso significaría que se convertiría en el rey mientras que el otro sería despojado. La Iglesia enseña que Pedro es simplemente el delegado de Cristo en ausencia de su ministerio visible. Entendiendo esto, la declaración posterior de Webster de que solo Cristo «es la única cabeza de la Iglesia» pierde peso, porque, incluso si insertamos en el texto el adverbio «sólo» que Webster inserta arbitrariamente, los católicos admitimos que hay una sola cabeza invisible de la Iglesia que es Cristo, y su cabeza visible es Pedro. Al igual que Eliquim, Pedro se convierte en cabeza del reino mientras el rey está ausente, pero eso no despojaba al rey de su posición como cabeza del reino igualmente.
Ya para cerrar, Webster cita Juan 14:16 para decir que el Espíritu Santo, el otro Consolador, es realmente el vicario de Cristo en la tierra y no una cabeza humana. En sus propias palabras: «La palabra ‘otro’ aquí [en Juan 14:16] obviamente implica que así como Jesús había sido el Ayudante de los discípulos durante su ministerio en la tierra, así el Espíritu Santo tomaría su lugar cuando ascendiera al cielo».
¿El problema con esto? Que el Espíritu Santo no reemplaza exactamente el ministerio de Cristo, ¡puesto que el Espíritu Santo no es un vicario visible! Como católicos, sostenemos que el Espíritu Santo es el que media en la Iglesia a través del Sucesor de Pedro, cabeza visible de la Iglesia. El Concilio Vaticano II es claro al llamar a la infalibilidad papal un «carisma» (Lat. charisma) y que sus decisiones [las del Papa] son irreformables no por su opinión individual, sino «bajo la asistencia del Espíritu Santo»11. Por lo que es perfectamente conciliable decir que el Espíritu Santo es el otro Consolador, y que él mismo actúa a través del Papa, y lo hizo a través de Pedro y el ministerio que Dios le había concedido. La objeción de Webster parece suponer que el Espíritu Santo es reemplazado por el Papa, y que lo fue por Pedro, según la exégesis romana. Eso, o que hay una contradicción intrínseca entre el ministerio del Espíritu Santo en su función económica trinitaria y la exégesis de Roma sobre Mateo 16:16-19 y sus implicaciones. En ambos casos, la objeción fracasa.
Referencias.
- Allison, G. (2014). Roman Catholic Theology: Theology and Practice: An evangelical Assessment. USA: Crossway. ch. 5. Retomado de mi artículo ¿Quién es «la roca» en Mateo 16:18?
- O’Connor, D. William (2022, December 5). St. Peter the Apostle. Encyclopedia Britannica. https://www.britannica.com/biography/Saint-Peter-the-Apostle.
- Heschmeyer, J. (2020). Pope Peter: Defending the Church´s Most Distinctive Doctrine in a Time of Crisis. USA: Catholic Answers Press. ch. 9.
- Albright, F. & Mann, C. (1995). Matthew: The Anchor Yale Bible Commentaries. USA: Yale University Press. 195.
- Gorman, M. (2009). Elements of Biblical Exegesis. Grand Rapids: Baker Academic. ch. 4.
- CIC. 979.
- San Agustín, sermón 214, 11: ed. P. Verbraken: Revue Bénédictine 72 (1962) 21 (PL 38, 1071- 1072). Citado del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 981.
- Gundry, R. (1982). Matthew: A Commentary on his Literary and Theological Art. Grand Rapids: Eerdmans Publishing. p. 336.
- Ibíd.
- France. R. (2007). The Gospel of Matthew: The New International Commentary on the New Testament. Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing. p. 572 [edición kindle].
- Lumen Gentium, 11. Documentos del Vaticano II: BAC. p. 64.